El documento lanzaba una oscura profecía sobre el final de los tiempos de la cristiandad y como si fuera un antiguo mapa del tesoro delimitaba la ubicación de un lugar en donde se guardaba un legado insólito, algo imprevisto que transformaría la realidad de la Iglesia y que llevaba casi 1.500 años oculto.
En 1595 dentro de las colinas de Valparaíso, siguiendo las pistas dejadas por el misterioso pergamino de la torre Turpiana, aparece junto a las supuestas cenizas de San Cecilio, una insólita biblioteca confeccionada con libros de plomo. Lo más sorprendente de todo, su contenido, una serie de complicados textos teológicos que desestabilizaron a la iglesia de la época.
Los 236 discos de plomo formaban una veintena de libros relatando hechos insólitos, acontecimientos que no tenían parangón en la historia de la cristiandad como la prueba definitiva que demostraba la presencia de Santiago en España acompañado de algunos árabes como San Cecilio autor de la profecía escrita sobre el pergamino de la torre Turpiana.
Algunos textos no han podido ser descifrados como los que conforman el llamado ‘libro mudo’, escrito en una lengua aun desconocida cuyo contenido sigue siendo un misterio. Sin embargo, había grandes anomalías, una de ellas era que la virgen María hablaba árabe lo que echaba por tierra el sentido herético que se daba al mundo musulmán en estos años del siglo XVI.
A pesar de lo insólito de los plomos y sus contradicciones con la Iglesia hubo personajes importantes como Pedro de Castro, obispo de Granada que defendieron la realidad de los textos las reliquias como algo probado. Así convirtió las cuevas en donde aparecieron en una gran abadía que aun hoy lleva el nombre de Sacromonte.
No se trataba de un burdo fraude, al contrario el autor que pergeñó los llamados libros plúmbeos debió de ser un perfecto arabista y un consumado teólogo. Aun así a pesar de su complejidad dogmática, pronto aparecieron las primeras aristas y contradicciones con los dogmas tradicionales de la fe.
Las reliquias de San Cecilio se aceptaron como una suerte de fraude pío pero ya en el siglo XVII los plomos fueron considerados heréticos y como tales se llevaron a Roma para ser custodiados. Allí permanecieron hasta que en el año 2.000, el entonces precepto de la congregación para la doctrina de la fe, el cardenal Ratzinger, los devolvió.
Se cerraba así una parte del círculo de misterio que aun rodea a este fraude, que a punto estuvo de hacer temblar los pilares de la Iglesia.