Comenzaba una nueva vida para las trece religiosas exiliadas en el antiguo balneario de Arlanzón. Un enclave privilegiado que tenía el encanto añadido de unas aguas reconocidas como muy beneficiosas para la salud.
Sin embargo, la plácida vida de las religiosas pronto se vio interrumpida por la presencia de la muerte. Cuando ocurrió la primera de las muertes, nadie se extrañó. Una enfermedad súbita y mortal era algo relativamente frecuente en la época. Pero inmediatamente, después de la primera muerte, ocurrió otra y otra y otra más.
En tan solo cuatro años las trece religiosas fallecieron de forma inexplicable dejando tras de sí trece cruces de hierro como testigos mudos de la tragedia. El pueblo bullía en preguntas. ¿Qué maldición o qué desconocido mal se había adueñado de aquella infortunada comunidad?
Los más supersticiosos, achacaban el infortunio al mal fario del número trece. Otros, pensaban que las monjas habían traído consigo alguna extraña dolencia. Pero la explicación más popular culpaba a las aguas del antiguo balneario. ¿Quién sabía qué peste o veneno se podía haber filtrado del manantial antaño milagroso?
Buscando la respuesta, Cuarto milenio ha tenido acceso a la investigación que Miguel Moreno ha realizado junto al catedrático de farmacia Benito del Castillo y el escritor Elías Rubio.
Es posible que la salmonella esté detrás de las muertes pero aun quedan preguntas por responder ¿Por qué los certificados de defunción hablan de diversas causas de las muertes? Y, si realmente fue una bacteria ¿Por qué hubo monjas que fueron inmunes a sus efectos antes de sucumbir cuatro años después de los primeros casos? Nunca lo sabremos.
El agua del balneario es posible que sea actualmente inofensiva, incluso es probable que lo haya sido así siempre pero, a pesar del tiempo transcurrido, nadie se atreve a beberla.