A partir de ese momento la vida de Estefanía dará un giro de 180 grados. La joven, comienza a tener síntomas epilépticos y a producir sonidos guturales como si fuese otra persona la que hablase por ella. Su familia comienza un peregrinaje por especialistas. Sus hermanos llegan a decir que adoptaba posturas extrañas y que intentaba agredirlos.
A las 02:30 de un día de agosto de 1992 Estefanía entra en el Gregorio Marañón en coma profundo. Ha expulsado una serie de líquidos, ha hablado con esa voz terrorífica y ha fallecido.
Su madre asegura que antes de su muerte ella dice que la llaman y que un grupo de personas le dicen que vaya hacia ellos. Éste es el su último testimonio de Estefanía.
En el otoño de 1992, tras el fallecimiento de Estefanía, su madre Concepción, se despierta en su cama porque nota una extraña sensación, la mano de su hija que la acaricia pero es una sensación de algo helado.
En la habitación donde duermen sus hermanas ocurrirá un suceso difícil de olvidar. En una litera duermen las dos muchachas. Escuchan un sonido peculiar y describen un intruso, una figura reptando dentro de la habitación. Las niñas entran en pánico pero no será la última vez.
En noviembre de 1992 en la madrugada, los hechos llegan a unos límites inexplicables. Los crucifijos se dan la vuelta solos y los cuadros cambian de sitio. El padre de familia, Máximo Gutierrez, que no creía en estas historias ve con sus propios ojos y en mitad del pasillo la figura de un hombre negro como la noche de unos dos metros, sin pelo.
La madre percibe que una de las fotos de Estefanía está boca abajo y está ardiendo por dentro del marco. Máximo decide entonces coger el teléfono y llamar al 091.
A partir de este momento, el drama de la familia se convierte en uno de los más importantes expedientes X de la historia de nuestro país.