Esa magia fue la que percibieron los antiguos habitantes de Oliete. Hace cuatro mil años un misterioso chamán perpetuó la huella sagrada del ciclo de la vida en unas pinturas que parecen reproducir el momento del equinocio.
A la misma hora, en la ladera del monte sobre el que se levanta el sol en oriente, la sombra de una gigantesca serpiente cornuda recorre el páramo para despertar simbólicamente abriendo los ojos cuando el astro rey cruza el agujero de la montaña.
El milagro del sol de Oliete se sigue repitiendo miles de años después como el primer día pero al contrario de entonces nadie llega a comprender el significado. Este se perdió para siempre el mismo día en que la razón y la ciencia rompieron el cordón que los unía a nuestra madre tierra.