David Felipe Arranz, periodista y filólogo, regresa hasta ‘Cuarto milenio’ para ponerse una vez más al frente de una de las secciones que más enganchan a nuestra audiencia: ‘Cine club’. Esta semana, Arranz centra sus investigaciones en el temido tema de los sanatorios, de los manicomios del horror.
Existen infinidad de historias, algunas realidad otras ficción, que hablan sobre trágicos sucesos en residencias para enfermos mentales. Los manicomios y el terror van irremediablemente de la mano por la cantidad de anécdotas que existen sobre los malos tratos a los que los enfermos han sido sometidos durante siglos.
El film ‘Asylum: el experimento’ narra a la perfección la preocupación por algunos médicos con moral sobre el trato que los pacientes recibían en estos lugares: “Desde hace siglos algunos médicos hablaban de lo que realmente ocurría en los sanatorios y manicomios, pero eran muchos también los que ocultaban y blanqueaban lo que allí ocurría”.
Existen historias reales de centro psiquiátricos en los que los enfermos llegaban incluso a revelarse y amotinarse por la mala praxis de los encargados del lugar.
Pero si existe una película que toca como nadie el tenebroso tema de los manicomios del horror esa es ‘Lunacy’. Esta película checa del director Jan Svankmajer estrenada en 2005, habla de los coleccionistas de locos, hombres poderosos de la época que, sirviéndose del poder que les confería el Estado, coleccionaban enfermos mentales para hacer lo que desearan con ellos.
‘Lunacy’ está considerada como una de las mejores películas checas de todos los tiempos y una obra cumbre del cine de terror: “Aconsejo que nadie vea esta película solo, da auténtico pavor, que se vea con todas las precauciones, en mi escala de terror es un 9”, explica Arranz.
Durante décadas, la población brasileña de Barbacena, situada a 500 kilómetros de Sao Paulo, fue conocida como la ciudad de los locos. El hospital Colonia, que estuvo 90 años en pie, se convirtió en un depósito en el que las familias abandonaban a sus enfermos aunque también la policía deportaba a personas que aparentemente vivían al margen de la sociedad.
Alcohólicos, prostitutas y homosexuales eran obligados a subir a los trenes que conducían a estos pabellones infectos. Las perturbadoras imágenes de archivo que ‘Cuarto milenio’ ofrecía son la última prueba del lugar en activo, unas imágenes en las que los pacientes se amontonan tirados en el suelo, hacen cola para conseguir su ración diaria de puré o intentan hacer fuego para calentarse del frío de la montaña.