Michael nació en 1938. Era el hijo menor del gobernador de Nueva York Nelson Rockefeller y el miembro más joven de una dinastía fundada por su famoso bisabuelo, John D. Rockefeller, una de las personas más ricas del mundo y parte de una de las familias míticas de la historia.
Aunque su padre esperaba que siguiera sus pasos y ayudara a administrar el vasto imperio empresarial de la familia, Michael era un espíritu más tranquilo y artístico que no se sentía cómodo en esa vida de despachos y corbatas y que, tras graduarse en Harvard en 1960, quería hacer algo más emocionante que sentarse en las salas de juntas y realizar reuniones. Y lo hizo.
Michael viajó hasta Papúa, Nueva Guinea, y allí ocurrió algo que hoy sigue siendo un misterio. Para hablarnos de su figura y de lo que pudo ocurrir, Guillermo van de Waal, administrador del Gobierno holandés de la costa de Casuarina a principios de los años 60, visita la nave del misterio.
Guillermo le ha explicado a Iker Jiménez que cuando llegó a aquel recóndito territorio tuvo la sensación de haber cambiado de planeta: "Fue viajar a otra civilización, a otra época, aparecer sin más en la edad de piedra (...) Había pobladores que no sabían ni leer ni escribir, ni siquiera conocían el fuego o la rueda, vivían únicamente de lo que sacaban del río o la jungla y guiados por sus espíritus buenos y malos".
Estos indígenas tenían como costumbre cazar cabezas porque de esa manera creían que se apoderaban de su espíritu: "No cortaban la cabeza para comer la carne humana, si no para hacerse con el espíritu de su víctima, y el espíritu para ellos se alojaba en la cabeza".
El joven Michael Rockefeller fue en una ocasión a visitar a Guillermo van de Wall: "Vino a verme pero naufragó así que yo tenía que ir a buscarle porque había desaparecido en el territorio del que yo me encargaba". Guillermo ha explicado que era un chico normal, agradable en el trato, que había viajado hasta allí para hacerse con objetos primitivos que exponer en el gran museo de su padre en Nueva York.
Fue precisamente en una de esas expediciones en catamarán en las que Michael naufragó de nuevo, un fatal momento en el que no se volvió a saber más del joven: "Sus compañeros del barco se quedaron refugiados en unas maderas flotando en el mar, pero Michael salió de allí nadando y nadie supo si había llegado o no a la costa, lo cierto es que estaban bastante lejos de la orilla".
Aproximadamente mil papúas de la zona y helicópteros enviados por Australia se pusieron manos a la obra en la búsqueda de Michael: "Vinieron su padre, su madre y su hermana para intentar averiguar qué había ocurrido con Michael, yo traté de explicárselo con un mapa rudimentario, así que volvieron a Nueva York sin ninguna pista".
Sin embargo, quince días después de la desaparición de Michael comenzaron los rumores: "Se empezó a decir que un grupo de papúas remeros habían encontrado al joven millonario, le habían dado caza, le habían cortado la cabeza y se lo había comido". Guillermo siguió el rastro de las pistas y llegó incluso a recibir por parte de los jefes de guerra de la tribu algo que no podía creer: los huesos de Michael Rockefeller.