El llamado crimen de Cuenca ocurrió en el pueblo Osa de la Vega, en la Mancha, en 1910. Su historia se hará muy popular, ya que se trata de un delito que nunca existió.
En este pueblo vivía José María Grimaldos, el Cepa. Un día desapareció sin dejar rastro y dos personas fueron detenidas, acusadas de haber cometido el crimen. Fueron tales las torturas a las que les sometieron que acabaron declarándose culpables de algo que nunca habían hecho. “Hay quien decía en Osa de la Vega que algunas noches los lamentos del Cepa, con su cuerpo descuartizado, surgían para intentar clamar por su historia”, relata Iker Jiménez.
Pero, años después, la historia dio un giro total: El Cepa bajó por el monte y todo el pueblo se quedó horrorizado, creyendo que se trabaja del espíritu del fallecido. Pero resulta que no era ningún fantasma, sino el Cepa de carne y hueso. Explicó que le había dado ‘un barrunto’ y se había ido a otro pueblo, a 15 kilómetros de distancia.
La expresión crimen de Cuenca se ha hecho célebre para referirse a errores judiciales y personas que pagan por lo que no hicieron. Por eso podemos decir que, pocos años después, se dio en Lanzarote otro crimen de Cuenca, protagonizado por las hermanas Cruz.
Tres hombres estaban de fiesta y se les acabó el dinero, por lo que decidieron asaltar la casa de María Cruz. La mataron y se llevaron lo poco que tenía, no sin antes comerse el guiso que María estaba preparando antes de ser asesinada. Su hermana Petra fue acusada del crimen, aunque era evidente por las pruebas encontradas que ella no había tenido nada que ver. Para hacerla confesar la torturaron de forma continuada, sin éxito. Petra acabó por perder la cordura y murió en el psiquiátrico.
Tiempo después, Petra fue absuelta por la justicia y los verdaderos asesinos detenidos… para acabar siendo indultados.