“Hace no mucho tiempo, un par de operarios del sistema eléctrico de Méjico Distrito Federal estaban por los subterráneos de la ciudad y andaban arreglando las chapuzas que tenían que arreglar. La oscuridad era completa y solamente con sus linternas se abrían paso en un sitio en el que había ratas, arañas y todo tipo de criaturas (…)
En cierto momento, y según su testimonio, una de las paredes se vino abajo con un mínimo golpe de un pequeño cincel que llevaban, quitaron algunos cascotes y se metieron en aquel habitáculo que se abría ante sus ojos (…) A veinte metros descubren algo que reluce, la propia luz de su linterna contra el occipital de una calavera que anunciaba lo que vendría después (…)
El espanto llega cuando ven que allí hay una montaña de calaveras, algunas de ellas de niños, y tras ellas la figura de una especie de demonio azteca vigilando el lugar (…) Los dos operarios se encuentran con un yacimiento de tumbas de niños de sacrificio, cientos de calaveras pero, ¿por qué les cuento esto? Antes de ayer se descubre una fosa en Méjico que inmediatamente pasa a formar parte de las noticias, noticias sobre narcos que asesinan y decapitan, y muy relacionadas con los rituales de sus antepasados…”.