Cerca de la medianoche, el 14 de noviembre de 1945, un tremendo estruendo rompió la calma de la Sierra de Filabres, en Almería. Un tren correo que avanzaba hacia Fuente Santa, en una amplia curva situada a dos kilómetros de Gérgal, colisionaba con otro convoy de frente y José Medina, el fogonero de la locomotora, solo acertaba a advertir "¡Que nos matamos!".
Al instante, entrando en la trinchera Zamora, los dos trenes chocaban fatalmente. Por un lado, un convoy con cerca de 300 pasajeros; por otro, un mercancías con cientos de toneles de uva, aceite de oliva y otros productos muy demandados en plena posguerra civil.
El golpe, tremendamente violento, se oyó en toda la sierra e inevitablemente el número de víctimas se disparó. Dos vagones se quedaron en posición vertical por el choque, entrando en contacto con la catenaria de la vía y electrocutando a decenas de personas. Muchos de los pasajeros murieron en sus asientos, otros quedaron horriblemente heridos.
José Lúcar Molina, el responsable de la red ferroviaria esa madrugada, tras darse cuenta del fatal error que había cometido permitiendo el paso de ambos convoyes, arrambló con las 265 pesetas y 74 céntimos que había en la caja y se fugó al monte con su pistola. Pocas horas después aparecía su cadáver y todo parecía indicar que se había suicidado.
Los informes oficiales de la época hablan de 17 fallecidos y apenas 39 heridos, una cifra que los vecinos de la zona consideran insultante y humillante. ¿Dónde están sus familiares? ¿Qué pasó con esos cientos de personas que viajaban a bordo del tren esa fatídica noche?
Para hablar de este fatídico y oscuro caso visitan la nave del misterio el periodista Enrique de Vicente y el editor Alberto Cerezuela. Tanto Enrique como Alberto creen que las cifras de fallecidos y heridos se falsearon, ya que se cuentan por decenas los desaparecidos aquella noche de noviembre de 1945.
Uno de los operarios que participó en los trabajos de limpieza tras el accidente aseguró por entonces que "estuvo un mes recogiendo las cenizas de las personas que quedaron carbonizadas tras el choque y el incendio posterior".
Como ya viene siendo habitual en este tipo de investigaciones, el sensitivo Aldo Linares ha visitado el lugar de la tragedia sin saber de antemano a dónde se dirigía. Una vez allí, Aldo percibe lo que él mismo define como "la sensación de estar pisando cientos de tumbas".
El sensitivo se estremecía como pocas veces antes en un lugar que había sido testigo de tantísimas muertes trágicas: "Este es un lugar de mala muerte, tengo la sensación de que aquí hay un clamor colectivo, un sufrimiento de muchas personas, aquí ocurrió algo que se ha intentado tapar".
Y es que son muchos los que aseguran que aún hoy, 70 años después, allí ocurren fenómenos inexplicables. Es el caso de Juan Luis, un agricultor de la zona, que se disponía a realizar un injerto en un olivo de una huerta familiar. De repente Juan Luis empezó a escuchar unas pisadas entre las piedras próximas a las vías del tren, "como si alguien se acercara". Juan Luis levantó la visto y vio la figura de un hombre que vestía ropa de época, parecida a la de un ferroviario. La visión duró pocos segundos, ya que cuando se levantó y volvió a mirar la figura había desaparecido.