En 1976 tres chicos de buena familia que vivían en California llevaron a cabo el secuestro de un autobús escolar lleno de estudiantes. Tras secuestrar a los 26 estudiantes (de entre cinco y 14 años) que viajaban a bordo y a su conductor, los enterraron vivos en unas cuevas previamente cavadas por ellos en las que les introdujeron para pedir un rescate millonario a la policía local, concretamente cinco millones de dólares americanos. Hablamos del secuestro de Chowchilla.
Dieciséis horas después de sepultarlos, los niños y su chófer lograron cavar para desenterrarse, y el trío secuestrador acabó siendo condenado a cadena perpetua. Las víctimas sobrevivieron, pero el estrés postraumático aún les persigue, y más ahora, que uno de sus secuestradores ha sido puesto en libertad.
El terrible sucedo se ha puesto de nuevo de actualidad porque uno de los autores de tan execrable delito, Frederick Woods, acaba de ser puesto en libertad a los 70 años pese a haber sido condenado a cadena perpetua. Precisamente el lugar donde los 26 niños y el conductor de autobús fueron sepultados era una cantera propiedad del padre de Woods, Frederick Nickerson Woods, quien tenía una poderosa posición económica.
Los tres secuestradores ocuparon las primeras planas de los diarios por haber llevado a cabo el secuestro con mayor cantidad de víctimas de la historia de los Estados Unidos.