A finales del siglo XIX y principios del XX, un militar e inventor algecireño pudo haber revolucionado la industria bélica de España y quizá haber cambiado el curso de la historia con un arma dotada de un gran poder de disuasión y de destrucción. Ese hombre era Antonio Meulener.
Este gaditano fue tremendamente ingenioso en sus inventos, que se contaban por decenas, y para los que incluso llegó a inventar un bastón en el que portar instrumentos creados por él y que se podían utilizar para el arte de la guerra.
Su nombre quedó grabado para la eternidad en los medios de comunicación de la época por un cohete de 30 centímetros de alto por 14 de ancho que contenía un tipo de pólvora modificada: “Al disparar el cohete esa carga modificada que contenía provocaba su aceleración, con una capacidad de recorrido de mil o mil doscientos metros”. A este artilugio se le llamó en los periódicos ‘torpedo Meulener’.
Pero la capacidad inventiva de Meulener no acabaría aquí. Años más tarde Meulener probaría una ojiva infinitamente más potente que provocó daños nunca antes vistos, y a la que se considera como la precursora de las conocidas bombas atómicas: “Cuando se dio cuenta de lo que había inventado se arrepintió y destruyó los planos”.