Durante el último programa de la temporada de ‘Cuarto Milenio’, Iker Jiménez ahonda en el tema de los objetos y su influjo en la sección ‘La voz de las sombras’. El presentador cuenta una historia que le sobrecogió cuando la escuchó por primera vez y quiere compartir con todos los espectadores.
Iker Jiménez nos acerca con su historia al desierto de Caguache Chauchi, un lugar de pena y llanto: ‘’Hay algunas momias que tienen que ser respetadas, hay algunas momias que por sus características sabemos que eran diferentes. A veces aparecen calaveras de niños a su alrededor. Chamanes de la antigüedad, brujos, hechiceros y esas cuando se roban porque también se roban hay que ser muy valiente, que es lo que le pasó a este grupo’’.
Según explica el presentador, los guaqueros se dirigían al desierto con un claro objetivo, profanar las tumbas de las que esperaban sacar joyas u objetos con los que hacerse un poco más ricos.
Pero, no lo hacían sin tomarse antes ‘’unos lingotazos’’ porque si no, ''no encontraban el valor que necesitaban para profanar lo más sagrado’’. Existía una teoría, que solo bajo los efectos del alcohol uno podía profanar el secreto de los muertos y no ser condenado por ello, pero ¿Qué significaba ser condenado? Significaba convertirse en lo mismo que había robado y lo llamaban ‘el mal de guaca’.
Lo que no se esperaba el grupo de guaqueros es que después de volver con los tesoros conseguidos y obtenidos seguramente de la tumba sagrada de un chamán, fueran a tener un accidente de coche que acabó con único superviviente.
Un joven, el único que quedaba con vida, según explica Iker Jiménez, dijo algo muy curioso: ‘’Justo en el momento anterior al impacto, al choque, en esa carretera panamericana que tantas veces hemos recorrido interminable que atraviesa todo el continente, en ese polvoriento asfalto, el conductor giró porque había una figura de una mujer y un niño que luego desaparecieron y que parecía que provocaban el impacto’’.
Iker Jiménez nos adentra en una historia que le contaron y que estaba relacionada con el accidente que sufrieron los guaqueros, pero esta vez en España y el protagonista es un coleccionista.
Al parecer, el coleccionista compró uno de los fardos funerarios que muchas veces en Perú tenían colgando cordones umbilicales de los niños de la tribu ‘’como un signo de danza por la fertilidad’’, no era para decorar, todo eso tenía una ritualística.
Durante una reunión, el coleccionista mostró sus últimas adquisiciones, pero notó algo extraño cuando un camarero se dirigió a él indicándole que le parecía raro que hubiese niños en la fiesta. El camarero observó a un niño mirando el fardo, pero después desapareció, algo que dejó pensativo al coleccionista.
Ya por la noche, el hombre a solas en su casa escuchó voces. Pasado el tiempo se obsesionó porque veía como los objetos se movían y sus empleados afirmaban que veían una figura femenina, entonces, llamó a su contacto de Perú y descubrió la historia del extraño accidente de los guaqueros.
Un día, mientras andaba por la calle pensando en si devolver o no el fardo, una furgoneta lo atropelló mientras caminaba en dirección contraria. Iker Jiménez acaba la trágica historia con una reflexión: ‘’Nunca se puede profanar el sueño de los muertos y menos si esos muertos son chamanes, brujas o hechiceras’’.