Iker Jiménez ha rescatado en el último programa de ‘Cuarto milenio’ una historia casi olvidada, la de las cárceles flotantes. Para muchos, estas cárceles fueron un auténtico infierno que flotaba sobre el oleaje, un lugar en el que se veían no solo privados de libertad, si no sometidos a las más inimaginables y denigrantes condiciones.
En lo más profundo de los archivos aguarda una historia estremecedora, una serie de diarios, cartas y documentos que relatan la agonía de los soldados franceses capturados tras el levantamiento español contra las tropas napoleónicas.
“Hubo seis barcos franceses que sobrevivieron a la batalla pero que no pudieron regresar a su país por el control británico que existía en la Bahía de Cádiz (…) Esas naves se refugiaron en la ciudad de Cádiz conviviendo con la población y con el resto de la Armada Española que allí se encontraba, y durante esos tres años, hasta que estalla la Guerra de la Independencia en 1808, la actitud con ellos fue normal hasta que se recibe en Cádiz la noticia de lo ocurrido el dos y el tres de mayo del mismo año en Madrid cuando la población exige que a esos marinos franceses se les declare como enemigos”, explica Jesús Campello, Comandante de Infantería de Marina.
Los soldados franceses fueron recluidos en viejas embarcaciones ancladas en la Bahía de Cádiz, unas naves a las que les quitaban los cañones y los palos, y que hacían las veces de prisión. Estos soldados vivieron una auténtica pesadilla a merced del calor, de la humedad y el mareo constante.
Muchos de ellos no lograron sobrevivir a situaciones dantescas que se prolongaron hasta dos años en algunos casos: “No salían de allí, no se lavaban, no comían bien, no se curaban las heridas y enfermedades, no quedó ni un solo roedor en estas naves, eso fue lo primero que se comieron, llegaron incluso a comerse cadáveres de sus compañeros”.