La sección ‘Alta extrañeza’ recibe a Pablo Vergel para contarnos el curioso caso de la familia Tromp y que tuvo lugar en Australia. La familia realiza un viaje en el año 2016, pero lo curioso es que tiene lugar de un día para otro, dejando todas sus pertenencias en casa (móviles, pasaportes y tarjetas de crédito): “Es un viaje a ninguna parte”. ¿Huían de algo o de alguien?
La familia estaba compuesta por un matrimonio con tres hijos de cierta edad, veinte y pico años. Tienen un negocio de excavaciones y una granja de grosellas donde trabajan todos: “Viven en un ambiente aislado, aunque con una vida aparentemente normal”. Todo empieza como un viaje idílico detox, donde se intenta viajar sin nada de tecnología. De hecho, uno de ellos lo llevaba encima y le obligaron a que se deshiciera del aparato.
Todo apunta a que fueron en dirección a las cuevas de Jenolan y el hijo que llevaba el móvil, deserta del viaje. Emprenden un camino a casa a través de trenes. Más tarde, las dos hijas se presentan en una comisaría para decir que sus padres han desaparecido. Roban un coche y emprenden el camino a casa. Pero ellas también se separan, una de ellas aparece en estado catatónico y la tienen que ingresar: “Nadie sabe por qué”.
La Policía deciden ir a la casa. Allí ven, ordenados por cajas, los papeles de la empresa. Encuentran sus móviles ordenados, como si hubieran estado revisando información. Allí aparece la otra hija para darle de comer a los caballos, como si nada hubiera ocurrido. No sabía nada de su hermana. Al día siguiente llega el hermano, dan una rueda de prensa y dicen que no saben explicar qué ha pasado, pero piden que busquen a sus padres, “que son peligrosos”.
Esa noche, tras la rueda de prensa, los hijos son perseguidos por un coche. Una persona sale de él, mira a los hijos y se introduce en el bosque. El coche era del padre Tromp. Al día siguiente encuentran padre, enajenado. La mujer es hallada encontrada en un estado cercano a la catatonia. Es ingresada junto a la hija. Nadie nunca revela lo que pasó porque insisten en que, si lo contaran, nadie les creería.
Todo apunta a que la familia sufrió un trastorno compartido, y que todos pensaran que alguien iba a presentarse en la granja para matarlos. También se pensó que algún fertilizante que utilizaban fuese el causante de esta paranoia, aunque se les hizo pruebas y no salió nada. La tercera hipótesis apunta al trastorno de inducción de vías delirantes. Pablo Vergel e Iker Jiménez analizan estas distintas teorías e insisten en que la familia nunca ha legado a explicar qué hicieron durante esos días.