Tras casi atropellarle una moto en plena calle, Caronte decide ir a comisaría para poner una denuncia. Y le pide a uno de los agentes que avise al comisario Paniagua de que está ahí, “somos viejos amigos”, asegura.
Y se encuentra con un comisario muy amable, “me alegro que eso del camello se arreglara, ya sabes que fue muy desagradable para todos”, le dice. “Estamos solos, no tienes que disimular”, contesta Caronte. Pero el comisario sigue en ese tono afable con el expolicía, y Caronte le insiste que se quite su careta, “es mejor que te vayas antes de que otra moto te atropelle”, le aconseja Paniagua.
Antes de marcharse le avisa de que tenga cuidado, le quedan poco años para jubilare, pero son los suficientes para que pueda pasarlos en la cárcel y sepa lo que es estar encerrado en una prisión.
Caronte sabe que Paniagua es un tipo muy peligroso. Desde su despacho de la comisaría organizaba la lucha contra la delincuencia y al mismo tiempo buscaba la manera de hacerse con el veinte por ciento de los decomisos que requisaban.