El reportaje especial de Callejeros muestra historias como la de Eliécer, que les dijo a sus padres que era homosexual poco antes de que su madre falleciera. Su familia nunca pudo superar ese trago, y su padre lleva 22 años sin hablarle. Dramas como éste se repiten, -más de lo que imaginamos-, en muchas familias españolas que tienen un hijo gay o una hija lesbiana. A pesar de que España tiene una de la leyes más avanzadas en defensa de los derechos de los homosexuales, muchos padres aseguran tener miedo a la discriminación que nuestra sociedad aún mantiene ante gays y lesbianas.
Andrés confesó su homosexualidad en público, delante de un centenar de personas; a su padre le "entraron ganas de pegarle dos hostias". Meses antes en esta familia valenciana, Luisa, su otra hija, contó que le gustaban las mujeres.
En muchos casos están convencidos de que se trata de una enfermedad y obligan a sus hijos a ser tratados por un psiquiatra. Manuel tiene 70 años y asegura que volvió a nacer hace diez cuando su hija le dijo que era lesbiana.
"Para mí fue un drama...no sabes lo que he llorado...pensaba que mi hija estaba enferma y ahora estoy seguro que el enfermo era yo". Los padres temen que sus hijos sean rechazados por la propia familia, amigos, compañeros de clase y de trabajo y que nunca puedan ser felices.
Un sufrimiento que se agudiza en el caso de los católicos que se enfrentan a la negativa de la Iglesia a reconocer la homosexualidad, y lo que es más grave, a sus propios hijos. Conchita, católica practicante y muy creyente, tiene grabada en su memoria la fecha exacta en la que su hijo le contó "el secreto". "Descubrí su gran sufrimiento y desde entonces considero que la Iglesia no debería rechazar a los homosexuales porque iglesia somos todos. Además, hay sacerdotes, obispos o abades que también lo son, y esto la gente lo tiene que saber".
Pero no todas las historias están marcadas por la tragedia. Un paso de gigante en esta lucha ha sido la proclamación de la Ley de matrimonios de gays y lesbianas, en donde se legitiman sus derechos a como cualquier otro ciudadano español. Sonia y Nuria están casadas y han tenido una hija por inseminación artificial, la pequeña Alba. La madre de Nuria no entiende el problema y levanta la voz para exclamar "¡pero si es mi hija...la he parido yo...cómo la voy a rechazar! Y si se casa con un tío y resulta que le sale violento y le pega palizas o la cose a puñaladas!".
Orgullo se traslada también al mundo rural, todavía hostil hacia los gays, y, en especial, hacia las lesbianas. Son los apestados del pueblo, "los degenerados y viciosos"... La gran mayoría abandonan su casa y su familia para poder desarrollarse como personas. "Lo he pasado muy mal, sobre todo en la adolescencia...los chicos se me acercaban, como a las demás chicas y yo les tenía que parar los pies". Hoy, Paqui vive en Estepa, Sevilla, y es una de las pocas lesbianas que se resistió a abandonar la tierra que le vio nacer. Ahora todo el mundo la respeta y es feliz.
"Mi hijo salió del armario y en ese momento entré yo". Esa frase lapidaria la mencionan varios padres durante el reportaje. Pero en la mayoría de los casos impera el sentido común. Y ahí es donde aflora el orgullo de unos progenitores que presumen de hijos. Cati es una de ellas. Su hijo Álex, de 16 años, hace dos que le dijo que era gay. "Creo que ahora soy mejor persona y por eso estoy orgullosa de tener un hijo homosexual", confiesa Cati con la boca llena.
Los más jóvenes parecen tenerlo más claro. Se lo cuentan antes a sus padres. "Estamos hartos de contar mentiras", aseguran tres jóvenes adolescentes de un pueblo de Madrid. Álex, de 18 años, reconoce que "ahora soy mucho más feliz y puedo decirles a mis padres que me voy a Chueca- el barrio gay de Madrid- o he quedado con mi novio". Eso sí, los jueves los pasa pegado al televisor para ver la serie Anatomía de Grey. "Es que no veas que buenos están los médicos" cuenta travieso. Las experiencias de Álex, Cati, Sonia y Nuria, Conchita, Andrés o Eliécer son algunas de las historias de este especial Callejeros.