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Callejeros: Bajo el puente

CUATRO 22/12/2008 12:41

"Duermo todas las noches acompañado." Megdid es satánico, fan de Marylin Manson, y junto a su almohada tiene varios peluches. Uno rojo, uno verde y uno blanco. Vive debajo de un puente madrileño rodeado de basuras y objetos que ha recogido por la calle. "Yo soy como el lobo", apunta. "Duermo con un ojo cerrado y otro abierto. Cualquier ruido, y me pongo en guardia".

En Bilbao, una mujer de 38 años, duerme con su hijo de 26. Ambos son adictos. Llevan un año tirados en una manta con un cojín. "Mi marido está en la cárcel y sé que se está escribiendo con otras", cuenta la mujer con su anillo de casada entre las manos ensangrentadas.

Bajo un puente a las afueras de la ciudad, tres marroquíes desafían al vértigo y la gravedad. Duermen en un alero a 300 metros de altura, con el río debajo. A pesar de ello, cada mañana, se lavan los dientes, se peinan y estiran sus mantas. A escasos kilómetros de allí, un hombre, el más veterano de la comunidad, mora en un nido de pájaro construido con ramas secas y entrelazadas, formando una circunferencia. Encima de él, una autopista, a un lado el ensordecedor ruido de un tren. "Lárgate de aquí. No necesito nada tuyo. Cuando gane dinero me compraré una casa de lujo, pero sin basura alrededor", espeta.

En Málaga, varios drogodependientes se esconden de la policía bajo un puente para consumir. Aparcan coches a cambio de la voluntad. En cuanto recaudan cinco euros, buscan a su camello, cogen la dosis y la consumen allí. Y así vuelta a empezar. "He tenido cuatro paradas cardiorespiratorias, y estoy pendiente de un juicio por robar, con la madre de mi hija, la caja de un bar con un cuchillo jamonero", cuenta un chaval de...22 años.

En Madrid, Francisco ve la tele por la mañana, un programa de corte político, y opina sobre el estado de las pensiones. Le rodean, una sombrilla de playa, varios carros llenos de fruta que coge en los contenedores de los supermercados, y una botella de whisky que encontró en un parque donde se hace "botellón". Son las nueve de la mañana y apura un trago. "Me puedo beber ocho o diez", cuenta con absoluta entereza y sin un rastro de embriaguez. "¿Te asustan los nabos gordos?", pregunta, de sopetón, un hombre de 42 años. Se está quitando la ropa para ducharse en la fuente que hay junto a "su puente". Es un ex boina verde que está de permiso. Cada vez que puede, visita a Miriam, su amiga lesbiana, que víctima del desamor de una mujer y de una adicción terminó junto a las vías de un tren. Ella, cada tarde afeita con suma maestría a su amigo. Duermen juntos en un colchón. "¡Quita, no me metas mano!", y le pega una torta a su acompañante. Ambos se adoran. "Te apuesto lo que quieras a que me caso con ella", desafía.