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Callejeros. Cárcel. La película

cuatro.com 08/11/2010 12:41

En un aniversario muy especial, los cinco años de Cuatro, Callejeros ha logrado realizar una ambiciosa propuesta: mostrar la vida carcelaria por dentro.

El espacio de reportajes de Cuatro, uno de los más veteranos de la cadena, un referente de su parrilla, y el creador de un formato que ha hecho escuela, ha conseguido entrar en la cárcel de León en un acceso exclusivo inédito en televisión.Por primera vez, las cámaras de un programa retratan sin restricciones el día a día de un centro penitenciario. Todo un verano, 24 horas al día, para llegar a Callejeros. Cárcel. La película, 80 minutos de televisión filmados por un equipo de la productora Molinos de Papel.

Más de 76 mil personas, la misma población que tiene, por ejemplo, Ciudad Real, son las que viven en una celda en España, 91 centros penitenciarios por los que se reparte la mayor población reclusa de toda Europa. Una población que, como en cualquier otro entorno, se angustia, se divierte, y hasta se enamora. En definitiva, vive, porque lo que pasa en la calle pasa en la cárcel.

Cada día 20 personas entran en prisión. Prisiones que se alzan a las afueras de pueblos y ciudades para conseguir que su población sea prácticamente invisible. O no. 230 programas después y tras cuatro años intentando entrar en una cárcel española, Callejeros ha conseguido que las puertas de una prisión se cierren con ellos dentro. Los reporteros Beatriz Díaz, Juan Antonio C. Arias y José Martínez conviven durante un verano entero, con los presos del Centro Penitenciario de León. Día a día, hora a hora, minuto a minuto junto a los presos, los funcionarios y la dirección del Centro en una pequeña sociedad, en un mundo aislado por los barrotes. Un programa inusual y especial, casi una película, grabada casi con total libertad para contar cómo es el amor, el odio, la venganza, la esperanza y, la ilusión de cientos de personas que viven dentro de una prisión. Las emociones son tantas que la cárcel se convierte en la calle. Lo que ocurre en la calle sucede en la cárcel a lo grande.

Dentro de la celda

Las celdas miden apenas 10 metros cuadrados. Pensadas para una persona, la ocupan dos. Aquí se pasan encerrados más de 14 horas de las 24 que tiene un día. "Tener que desnudarse delante de un desconocido, hacerlo todo. Es muy feo". El que habla es un pizzero italiano que espera un anunciado cambio en el Código penitenciario para terminar de cumplir condena en su país. Lo mismo que el 70 por ciento de los extranjeros que duermen, viven, comen, se enamoran y hasta llegan a morir, en esta prisión. José María Benito, Benito para los compañeros de enfermería y para su médico, que para algo en la cárcel uno se presenta por los apellidos, puede que no llegue a ver este reportaje. Tiene VIH porque se enamoró en la cárcel de Cambrians. 37 años. 21 en prisiones. Le quedan tres años de condena y ninguna esperanza de ver la calle. "Cuando robaba me gustaba ese mundo y como era joven y no sabía qué hacer con el dinero, estuve un tiempo metido en las drogas. No le he hecho daño a nadie. Cualquiera que haya hecho algo peor cumple menos condena que un preso común".

En la cárcel hay que saber unas cuantas cosas. De drogas, casi todo. Que se paga con tarjetas de teléfono a cinco euros. Que también se puede hacer alcohol a base de destilar fruta sin que te vea el funcionario, porque eso es motivo de parte y de que te dejen encerrado en la celda más tiempo del normal. Que los martes es un día muy malo en prisión porque todo el mundo debe dinero a todo el mundo. "Esto va así. A mí me deben y no me pagan. Yo no pago al otro, el otro al otro, y si se demoran una semana, le voy a pedir cinco euros más". Porque en prisión también se cobran los intereses, aunque sean los de un tarjeta de las de llamar por teléfono. Lo llaman "San peculio" y es el martes, los días de cobro en los centros penitenciarios. Se dispone de un máximo de 80 euros a la semana. Aquí está prohibido el dinero en metálico, igual que el DNI. Y si no se tiene a nadie que ingrese, un amigo que sigue siéndolo o un familiar que aún aguanta, no queda otra que trapichear y endeudarse.