Un horario de trabajo marcado por las tensiones, como reconocen algunos taxistas mientras hacen cola en una improvisada parada de taxis a las puertas de una afamada discoteca de Madrid. “Esto es un circo, se te montan en el taxi y te dicen haga usted lo que quiera que no tengo dinero para pagarle” afirma David, mientras Antonio directamente asegura que “hay clientes que no necesitan un taxi, sino una ambulancia del Samur”. En pocos minutos se desata una pelea a escasos metros, algo “habitual en la noche madrileña” asevera Arantxa, una joven estudiante de periodismo que vuelve a casa en taxi: “es consecuencia del alcohol, salen cocidísimosYa en el interior del vehículo reconoce que “a los taxistas no les hace mucha gracia cuando he tenido que vomitar”. “Si me estropean la herramienta de trabajo se me llevan los demonios, puedo dar palos a un cliente”, admite Pedro, un carismático taxista casado con otra profesional del gremio, Estrella. Ambos se turnan a las 6 de la mañana al volante después de desayunar juntos en casa, uno de los pocos momentos que comparte este matrimonio de profesionales que se saca “dos mil euros netos al mes pese a que el taxi no para, lo que ha unido el taxi que no lo separen ni el hombre ni la mujer”, nos dicen.
La cola de taxis da prácticamente la vuelta al paseo marítimo de Barcelona. Una larga espera en busca de una carrera fructífera. “El cliente estrella es el que va a clubes de alterne por las comisiones que pagan los prostíbulos” asegura Gustavo, convencido de que “en una carrera te pueden arreglar la noche”. Es el motivo por el que otro taxista, Adolfo, empieza a discutir con Hans-Peter, el encargado de una empresa de transportes que “nos hace competencia robándonos a los clientes de puticlub, ellos no son servicio público y no los pueden llevar”. “No somos taxis piratas”, se defiende la otra parte, “tenemos a nuestros conductores de alta y pese a ello soportamos los insultos e intentos de agresión de los taxistas”, mientras muestra arañazos en sus vehículos, según Hans-Peter, llevados a cabo por los propios taxistas: “son estructuras de mafia, se piensan que pueden hacer lo que quieren”. En otra parada del mismo paseo marítimo, una joven intenta convencer a su amiga de que entre en un taxi de vuelta a casa, sin éxito tras varios intentos “porque no nos quieren subir ya que estamos borrachas”. “Montse, por favor, que llevamos dos horas aquí”, grita mientras se suceden las caídas al suelo y los portazos de los taxistas negándoles la carrera ante el evidente estado de embriaguez que presentan. Finalmente, cuando consiguen subirse en uno, otro taxista les exige bajar y buscar al primero de la fila. “Son 250 euros de multa porque te voy a denunciar”, recuerda al taxista que las ha subido saltándose el orden de la cola antes de dar un portazo y desistir ante la negativa de ambas chicas a respetar el turno.
Claro que la perspectiva de la noche al volante es diferente para otros profesionales como Aitor, consciente de que “la clave es ponerse en el papel del cliente”. Por eso, en su vehículo lleva un karaoke mientras hace los coros a un par de jóvenes clientes que vuelven entre cánticos a casa tras una larga noche de fiesta. Un planteamiento muy similar al de Matías, que aprovecha las últimas semanas antes de que entre en vigor la nueva ordenanza del taxi en Madrid que exigirá el título de la ESO a las nuevas licencias y prohibirá llevar prendas como las chanclas o sandalias. “Al servicio público hay que ir vestido como Dios manda”, afirma Matías poco antes de vestirse con un disfraz de payaso para amenizar un atasco en pleno centro de Madrid tocando con su acordeón hasta que es interrumpido por la Policía Local, que toma sus datos por “la que está formando”. Y es que “la noche es una caja de sorpresas” para Laura, la única mujer taxista en horario nocturno en Benalmádena. Con un espray de pimienta como única protección sale “sin miedo” a hacer su turno, en el que termina bailando con ‘La Joshua’, un cliente al que lleva a la discoteca en la que trabaja esa noche “como performance”. Para personas como Paco “el taxi es su vida”, de ahí que superada la edad de jubilación este profesional sevillano aún no haya vendido la licencia de su vehículo, el decano de la capital andaluza con 25 años y dos millones de kilómetros. Una relación casi tan peculiar como la que establecen Bárbara y Rosa María con uno de los 600 taxistas paquistaníes que trabajan en Barcelona. En el camino de vuelta a casa terminan reconociendo aspectos íntimos de sus relaciones personales. “Mi marido no necesita viagraasegura Bárbara ante la incredulidad del taxista. Y es que como afirma Pedro “el taxi es un confesionario, hacemos de cura, de hermano mayor…”.
“TAXI DE NOCHE”, es un reportaje de Álvaro Martín.