Según la tradición Masái el padre de la novia es el que decide el día de la boda, “después de la ceremonia de petición de mano en la que la familia del novio informa de sus intereses”. Primero se interesan por una vaca y después muestran sus verdaderas intenciones hacia su hija. El día después el padre de la novia confirma si aceptan o no al pretendiente y empiezan a negociar la cuantía de la dote. “Aunque la primera oferta para de unas 15 vacas y 16 mantas, al final el acuerdo se establece en ocho animales y 10 mantas”.
El novio y los hombres de su familia van hasta el mercado más próximo para comprar la dote. Al día siguiente la entregan en la casa de su prometida donde son recibidos por las mujeres con canciones tradicionales. “De esta forma se confirma el amor y la celebración de la boda”.
El día de la boda las mujeres visten y pintan a la joven novia. “La cara con barro rojo y grasa y el cuerpo lo cubren con piel de cabra e innumerables aderezos”. Entre los adornos de la novia llama la atención el collar de ceremonia y una especie de diadema que lleva en la cabeza. La novia está muy nerviosa y triste por abandonar el domicilio familiar. Uno de los ancianos de la tribu bendice con le leche a la joven “para desearle suerte en su futura vida de casada”.
Acompañada de las mujeres de la tribu, se dirige a la casa de su nueva familia, aunque la primera noche la pasara sola, sin su marido, según marca la tradición Masái. “Durante todo el recorrido las mujeres le van dando consejos sobre las ventajas e inconvenientes de compartir su vida con un hombre” y los hombres le ofrecen regalos simbólicos atando nudos al collar de ceremonia para que vaya más deprisa al encuentro de su marido.
El fin de fiesta está marcado por los tradicionales bailes masáis “que simbolizan con sus saltos la fuerza y la relación fructífera con las mujeres”.