Corría la primavera de 1985, por aquel entonces era un muy joven estudiante de EGB al que le apasionaba el fútbol. Era lo que mi padre me había inculcado, entre otras cosas porque no había muchas más alternativas deportivas. Pasados muchos años, compruebo que en eso las cosas no han cambiado mucho.
Pero aún siendo un chaval no muy consciente de todo aquello que me rodeaba, tampoco en eso han cambiado mucho las cosas para mí, descubrí un día sentado ante el televisor un deporte más dinámico, entretenido, rápido que el propio fútbol.
Era el baloncesto, algo que hasta el momento había pasado de puntillas por mi vida.
Y me llamó la atención porque empecé a ver partidos de un joven recién llegado a un equipo muy lejos de España, con un pelo afro y unas maneras más propias de la raza negra.
El equipo se lllamaba Cibona de Zagreb y el chaval en cuestión respondía al nombre de Drazen Petrovic.
Las pocas ocasiones que tuve de ver por primera vez a Petrovic era jugando contra el Real Madrid en la Copa de Europa. Cada partido era una exhibición que llegaba casi a la humillación del equipo más laureado del continente.
Ese mismo año, ganaba la Copa de Europa y yo entraba en una especie de trance cada vez que veía jugar a Drazen.
Al año siguiente, más de lo mismo: exhibición tras exhibición. Yo era fiel al quiosco para comprar semanalmente la revista ‘Gigantes del Basket’. Lo primero que hacía era comprobar los resultados de ese, cada vez menos, desconocido equipo yugoslavo y las estadísticas de Petrovic. Esa temporada llegó a promediar más de 40 puntos por partido.
Sólo había un equipo y un jugador que podía pararle, el Zalguiris de Arvidas Sabonis. Por eso, la final de la Copa de Europa del año siguiente, 1986, fue un auténtico espectáculo.
Pero si Drazen eran un genio como jugador también lo era como provocador: cada canasta suya celebrada con un puño al aire o un salto, era una constante provocación al rival. Era una manera de minar su resistencia psicológica. Y cuando las cosas no iban bien, algo que pocas veces ocurría, este era el plan B de Drazen.
Y así fue como hizo que el mismísimo Sabonis perdiera los nervios y su equipo el título. Drazen ya era bicampeón de Europa y el Rey del viejo continente con solo 21 años.
La temporada siguiente una absurda regla lo dejó fuera de la Copa de Europa y llevó a su equipo a jugar la Korac, le dio igual: también se llevó el título y se seguía paseando por una Europa que cada vez se le quedaba más pequeña.
Así llegó a finales de ese año 1987 y Drazen, que era tan ambicioso y ganador dentro como fuera de la pista, quiso dar un paso más. Firmaba por el equipo que había odiado y respetado a partes iguales, el Real Madrid, cuando el Barça se había ‘inventado’ un trofeo en su campo para intentar ficharlo. Pero la oferta blanca le conveció más porque, además, tenía la posibilidad de jugar una temporada más en el equipo de le dio a conocer: la Cibona. El equipo de su vida y de su ciudad natal era el modesto Sibenka Sibenik.
Así, Drazen tuvo la oportunidad de despedirse del Palacio de Hielo, la cancha habitual de la Cibona y de su afición, jugando una final europea. En esta ocasión la Copa Korac y ante el Real Madrid, su próximo equipo. Pese a los 47 puntos conseguidos en el partido de vuelta y eso que se perdió algunos minutos por un corte en la boca, la Cibona no conseguiría remontar los 13 puntos de renta del Real Madrid del partido de ida y perdía su último trofeo europeo con la camiseta del equipo yugoslavo... pero Drazen se desquitaría poco después.
Después de unos JJOO olímpicos de Seúl, donde otra vez fue una de las grandes estrellas aunque se tuvo que conformar con la medalla de plata tras una URSS imperial que había eliminado al equipo americano en semifinales, llegaba a Madrid.
Con esa facilidad que tienen los balcánicos para los idiomas, unido a cerebro prodigioso, a los pocos días Drazen sabía cómo hacer olvidar a su nueva afición todos los disgustos que le había causado. Célebre fue arriba el Madrid y abajo el Barça, sabía que sería su verdadero rival.
La afición blanca cambió el “¡Sí, sí,sí hijo puta Petrovic!” por el por el “¡Sí,sí,sí me mola Petrovic” ya en el primer partido. Del odio al amor existe el mismo camino que a la inversa.
Llegaba a un vestuario complicado donde estaba una megaestrella recién vuelta de la NBA, Fernando Martín. Eran dos egos y dos caracteres muy parecidos en el mismo sitio, aunque más increíble fue como sus destinos se unieron para jugar en Portland, el R.Madrid y fallecer en un accidente de tráfico. Ironías del destino.
Pero para Drazen eran tiempos muy felices: un gran contrato, una gran ciudad, un gran equipo, un porsche de color rojo... pero él no se dejó nunca seducir por el brillo del dinero y la fama, era un ganador. Quería un piso cerca de la Ciudad Deportiva del Madrid, lugar habitual de entrenamiento, para estar cerca. Cuentan que incluso pidió una copia de las llaves para poder ir a tirar cuando le apeteciera los mas de 1.000 tiros diarios que hacía, entrenamiento al margen.
El primer título para Drazen como madridista fue la Copa del Rey ante el Barça, después llegaría la inolvidable Recopa ante el Snaidero de Oscar y sus 62 históricos puntos.
Todo parecía preparado para cerrar el círculo con el título de liga, pero un enorme Barça con Norris y Epi a la cabeza le arrebataría el trofeo, después de un polémico quinto partido. Sería la última vez que Drazen vestiría la camiseta blanca.
Después de arrasar en el europeo celebrado en su casa, en Zagreb, con Yugoslavia, llegó una rueda de prensa en la que dejó muy a las claras que también el Madrid se le quedaba pequeño.
Drazen hacía la maleta y se iba a la mejor liga del mundo, pero ahí las cosas no iban a ser tan fáciles como pensaba.
En aquella época no se confiaba todavía en los jugadores europeos y menos, si no eras un siete pies. Blanco, pequeño y europeo. "Buff": eso debió pensar Adelman, que además tenía claro que por mucho Petrovic que se llamase, Drexler y Porter estaban por delante en la rotación.
Pese a llegar a la final de la NBA, la temporada de su debut fue muy gris, él no estaba acostumbrado a estar en el banquillo.
Por eso cuando se cerró su traspaso a los Nets de Chuck Daly Drazen respiró, tenía otra oportunidad de demostrar quién era...¡y vaya si lo hizo!
Otra inyección de moral llego con los JJ.OO. de Barcelona, ya con Croacia, Drazen llevó a su equipo hasta la final ante el inolvidable Dream Team. El podio, lugar que conocía de sobra, sería el último sitio donde le veríamos con esa camiseta en partido oficial. No podía ser en otro lugar.
Poco a poco, se fue haciendo dueño de los Nets, un equipo con ganas, con hambre, que no iba a luchar por el Anillo pero que iba a dar más de un susto a cualquiera.
Drazen llegó a participar en un concurso de triples del All Star, pero no tuvo suerte.
Los Nets fueron eliminado en play offs, sin embargo fueron subiendo poco a poco sus números hasta convertirse, con más de 22 de puntos de media, en el décimo anotador de la temporada 92-93. Además de estar incluido en el tercer equipo ideal, era el tecer mejor escolta del planeta. Había conseguido su primer objetivo, pero como siempre quería más.
Y lo que quería era subir otro peldaño, un mejor contrato, un equipo con más aspiraciones, o incluso volver a Europa donde el Panathinaikos griego estaba dispuesto a ofrecerle un cheque en blanco.
Pero por una vez, su ambición le perdió.
Drazen se fue a jugar un preeuropeo a Polonia, cuando su selección se habría clasificado igualmente sin él. Una selección que iba a viajar en avión hasta Alemania, lugar donde se iba a jugar el campeonato, un 7 de junio de 1993.
Algo debió pasar por la cabeza de Drazen cuando, en el último momento, y con la tarjeta de embarque en la mano, decidió no coger ese avión. Prefirió hacer el trayecto en coche con su novia y una amiga.
El cielo alemán estaba encapotado, lluvioso. Y en una maldita carretera, un camión que circulaba en sentido contrario perdió el control y se quedó en medio del carril contrario. Un carril donde viajaba Drazen como copiloto, el lugar donde el impacto fue mayor. Un golpe mortal.
De esta forma tan triste y dramática se ponía fin a la vida y la carrera del jugador europeo con más talento de todos los tiempos, el más ganador, aquel que desafió a todo y a todos, incluso a su propio destino.
Pero 19 años después todavía lo recordamos, como le dijo un persona anónima a la madre de Drazen poco después de su muerte, ella lo había traído al mundo, pero después Drazen era de todos.
Descansa en paz, aunque tu alma nunca morirá.
Drazen forever.