¿Quedamos en 2060?
Si de verdad le gusta el deporte, no haga planes para el año 2060, porque va a ser de los buenos.
Aunque lo mejor llegará con los Juegos Olímpicos de 2062 (¡lástima Madrid, tampoco este año…!), porque serán dignos de recordar. Según el Instituto Francés del Deporte, en 2060 los récords mundiales deportivos tocarán su techo. Si en los Juegos de 1896, los atletas aprovechaban el 75% de su potencial físico, en 2008 ya estaban en el 99%. Se llegó a esta conclusión tras analizar 3.000 marcas logradas en los últimos cien años.
Si continúa la progresión, dentro de cinco décadas, el ser humano habrá alcanzado su límite. ¿Un maratón por debajo de dos horas? ¿Un salto de más de 9 metros de longitud? ¿Los cien metros en menos de 9 segundos? La última barrera caerá gracias al impulso de cientos de esfuerzos, realizados por miles de atletas a lo largo de los siglos. Cada uno, en su contexto histórico, se enfrentó a muros que parecían infranqueables.
A Emile Zátopek -como a todos los atletas- le gustaba ponerse a prueba, buscar sus límites. En la Europa de la postguerra no estaban para tecnicismos; nada de umbrales aeróbicos y anaeróbicos; lo que tenían más a mano era el dolor; y Zátopek aguantaba el dolor mejor que nadie. Lo disfrutaba. Para conocer hasta dónde podía llegar, desarrolló su propio método de entrenamiento, brutal y expeditivo: se castigaba a base de sprints extenuantes sin apenas recuperación; un híbrido kamikaze entre las series tradicionales y el fartlek
Pero no sólo eso. El afán por experimentar con su cuerpo le llevaba a poner en riesgo su propia vida. Cuentan que en la fría Zlit, -de calles nevadas y avenidas de chopos-, el joven Zátopek se lanzaba en sprints frenéticos en los que contenía la respiración en una apnéa suicida. Cada día, prolongaba los sprints hasta un chopo más lejano, hasta que sus pulmones decían basta. La cosa no podía funcionar. Abandonó ese sistema después de caer desmayado un par de veces.
Zátopek descubrió dos cosas: que la velocidad hay que entrenarla y que todo cuerpo tiene un límite.
¿Cuáles son esos límites, hasta donde estamos dispuestos a llegar? El campeón mundial de carreras de montaña, Kylian Jornet es tajante: si llegas al límite, estás muerto. "El límite nunca se rompe, las barreras sí, y hay que saber distinguir entre una cosa y otra". La paradoja es que cuando está en juego la supervivencia es más posible romper las barreras. Por si alguien se siente tentado, Jornet añade que la soberbia puede acabar rompiendo ese equilibrio inestable entre las barreras y los límites.
El problema es que hoy más que nunca la soberbia atlética tiene el terreno abonado para crecer y reproducirse. La atención mediática por el running, junto a las redes sociales, alumbran a un ejército de vedettes que ha hecho del exhibicionismo su forma de vida. Son los reyes del circo: la nueva mujer barbuda, el hombre-elefante o la bala humana. Con plomiza frecuencia leemos que alguien -convenientemente patrocinado- intenta realizar siete ironmans en siete días consecutivos (vano intento, porque lo tienen que rescatar al borde del infarto por segundo año consecutivo); o que un japonés ha corrido 50 maratones seguidos, sin descansar ni un solo día; pero resulta que un belga dice que él ha corrido 52, y un navarro dice que ¡500! Y todo tiene un tufo a fanfarronada de bar de pueblo o a concurso de comedores de perritos calientes…
Estos alardes conducen directamente a las necrológicas, pero no nos llevarán al glorioso 2060. Por cierto, ¿cómo será el deporte cuando ya no haya récords por batir? Consuela saber que siempre quedará una universidad, un instituto o una fundación que nos regale un sesudo estudio, basado en estadísticas irrefutables, que nos tenga entretenidos un rato.