¿Quiénes somos? Somos runners. ¿Adónde vamos? A correr al parque. ¿De dónde venimos? Los runners venimos de Martín Fiz.
Dice Martín Fiz que no entendió lo que significaba ser campeón del mundo de maratón hasta dos semanas después de ganar el mundial de Gotemburgo, en 1995. Confiesa que llegar a la cima fue relativamente fácil, un camino natural, lleno de esfuerzos pero predecible. Pura lógica: entrenó para ganar y ganó. Lo que resultó más complicado fue asimilar que era el mejor del mundo. Se dio cuenta días después de su victoria. La lucidez le llegó -claro- mientras corría. Aquella mañana, como solía hacer a diario, se entrenaba por el parque del Prado en Vitoria cuando le sobrevino la angustia; tuvo que pararse y sin saber porqué comenzó a llorar. Lloró porque era el mejor, porque estaba en lo más alto y porque desde la cima sólo se podía mirar hacia abajo. Porque ya no corría para él, corría para su familia, para sus seguidores, para su ciudad, para el País Vasco, para España y para el mundo. Tanto lloró y tanto se angustió que admite que volver a competir le producía terror.
Lo cuenta Martín Fiz en el documental "Fiz, puro maratón", una película emocionante, épica y muy entretenida, dirigida por Rodrigo Moro que se ha presentado en Madrid. Durante 72 minutos, vemos a Martin Fiz ganar y perder; reír y llorar. Disfrutamos con sus oros en los europeos de Helsinki o el mundial de Suecia, y sufrimos con sus decepciones en los juegos de Atenas o Sidney. Escuchamos a sus compañeros y rivales, a sus maestros y discípulos. Pero vemos, sobre todo, a un trabajador infatigable, a un corredor que, sin ser el más rápido ni el más dotado, luchaba como nadie y honraba su trabajo con un respeto reverencial. Por los valores que transmite, el documental se va a proyectar en algunos colegios del País Vasco. El atletismo, como lo vivió (y lo sigue viviendo) Martín enseña cosas que trascienden a cualquier programa de estudios o reforma educativa. Son pura vida.
Para toda una generación de atletas populares, Martín Fiz es un referente deportivo y humano. Las nuevas generaciones de runners quizá no le conozcan y posiblemente ignoren que esta fiebre atlética en la que participan alzó el vuelo poquito a poco, hace más de tres décadas, gracias a un grupo de atletas liderados por Martín Fiz y Diego García. De aquella época son mis primeros recuerdos atléticos.
Debía de ser 1993. Yo corría mi segunda media maratón. Elegí Vitoria, porque me pillaba cerca de casa. Recuerdo que salió una mañana fresca. Llevábamos un ritmo tirando a rápido cuando, de repente, a nuestra espalda lo vimos llegar. ¡Era Martín Fiz!. Surgió de la nada, porque -al contrario que la mayoría de nosotros- los grandes fondistas apenas tocan el suelo; sus pisadas no suenan. Y así, volando, se nos pegó Martín. Iba sin dorsal y muy abrigado: malla larga, sudadera termica de cuello alto y guantes. Nos dijo que tenía un rodaje largo y suave. Ya había debutado en la maratón, pero todavía no era campeón de Europa ni del mundo. Estaba conociendo la distancia. Rodó con nosotros un par de kilómetros y de la misma manera que había llegado, se marchó. En un abrir y cerrar de ojos, estaba a 50 metros, dando conversación al grupo que nos precedía. Se fue con la misma soltura con la que un revisor avanza de vagón, sin ningún esfuerzo.
Técnicamente, aquello era una humillación en toda regla, pero para mi fue una revelación: descubrí la distancia abismal que separa al atletismo popular del atletismo a secas. Podríamos decir que el running se parece tanto al atletismo como la running fast food . Son conceptos aparentemente imposibles de sumar, pero que paradógicamente se suman. Puede que ahí radique el éxito del running: permite compartir un tiempo y un espacio con los mejores, algo impensable en otros deportes. ¿Te imaginas compartiendo la pista de tenis con Nadal, o jugando un partidillo con Iniesta en la banda o -volviendo al ejemplo- comiendo una hamburguesa precocinada, mientras Ferrán Adriá prepara a tu lado una de sus sofisticadas creaciones?
A Martín me lo encontré años después, en 2002, en la víspera de la maratón de San Sebastián. Martín acababa de retirarse de la alta competición e iniciaba una brillante carrera como atleta popular. Cenamos juntos, con los amigos de Runner´s World; él estaba feliz, esperaba bajar de 2h20, muy lejos de sus mejores tiempos. Resultaba admirable cómo había asumido su nuevo papel y cómo mantenía su ilusión por correr, a otros ritmos y con otras expectativas. Esa reconversión hacia el atletismo popular me pareció infinitamente más compleja que su ascenso al Olimpo del maratón.
Ahora, con 51 años, Martín sigue viviendo el atletismo con igual intensidad. El sábado me dijo: "Esta semana, sólo he corrido dos días. Tengo un mono de correr… mañana, temprano, me voy a rodar a la Casa de Campo"… como cualquiera de nosotros, pero mejor, infinitamente mejor.