10.000 horas perdidas
Correr es una pérdida de tiempo y cansa. Y duele. Acabo de hacer cálculos, y mi corazón ha dado un respingo al percatarme de que he dedicado unas 6.000 horas de mi vida a correr, hora arriba, hora abajo. Equivalen a 250 días seguidos de sudores, algo de sangre y alguna que otra lágrima. No diría que cada una de esas 6.000 horas fue un placer, pero corrí todas ellas libremente, convencido de que no quería estar en ningún otro lugar, ni haciendo otra cosa. Nadie me obligó a enfrentarme a la tormenta, al frío o al calor de agosto; nadie me forzó a buscar el límite en cada serie o a darlo todo en una cuesta.
Alguien podría reprocharme: "Hablarías un perfecto alemán, tras 6.000 horas de estudio". Y qué decir del piano. ¡Habría que verme después de 6.000 horas frente al teclado! Pero preferí correr. Recuerdo aquella primera hora y la última. Recuerdo algunas más: unas fueron míticas; muchas, rutinarias. Entre todas, me han convertido en lo que soy.
6.000 horas son muchas, pero insuficientes si se aspira al virtuosismo, que como todo el mundo sabe se alcanza tras dedicar 10.000 horas a una disciplina. En su libro "Fuera de series" Malcolm Gladwell plantea la "regla de las 10.000 horas""Fuera de series, que según su teoría permitió que los Beatles pasaran de ser un buen grupo a ser un grupo genial. Gladwell se remonta a 1961, cuando el cuarteto de Liverpool (entonces era un quinteto) acumuló horas de vuelo en los sombríos clubes de Hamburgo. Su agente, Allan Williams, les conseguía contratos draconianos que les obligaban a tocar ocho horas al día, siete días por semana. En esos garitos, pulieron su sonido y su repertorio; esas jornadas maratonianas les abrieron las puertas de la historia.
Gladwell lo resume así: "Estudio tras estudio, trátese de compositores, jugadores de baloncesto, escritores de ficción, patinadores sobre hielo, concertistas de piano, jugadores de ajedrez, delincuentes de altos vuelos o lo que sea, este número (las 10.000 horas) se repite una y otra vez. (…) Parece que el cerebro necesita todo ese tiempo para asimilar cuanto necesita conocer para alcanzar un dominio verdadero”.
Dentro de 4.000 horas, estaré en disposición de comprobar si las teorías de Gladwell son ciertas. Aunque intuyo que mi cuerpo evolucionará menos favorablemente que la guitarra de John Lennon.
Durante 4.000 horas seguiré dudando. ¿Estaré tirando mi tiempo por el sumidero? Me consuela imaginar que a todos, en algún momento, nos flaquean las convicciones, incluso a los virtuosos que rebasaron las 10.000 horas.
Perder el tiempo tiene una mala fama inmerecida, cuando debería ser una conquista social irrenunciable. Y puestos a perder el tiempo, correr no me parece la peor opción. Al fin y al cabo, un día cualquiera se compone de innumerables momentos de tiempo-basura, salpicados de esporádicos paréntesis provechosos. El “tiempo de juego real” es escaso. Bajo esta premisa, una hora de running al día es una isla de plenitud, un placer austero.
Pretendo seguir avanzando por la senda que conduce hacia las “10.000 horas de Gladwell”. Si el tiempo corre, corramos más que él; que el paso del tiempo nos pille corriendo.