Me hablaron de que los franceses habían ampliado un carril bici que tienen en la desembocadura del Rio Bidasoa y decidí, aprovechando un viaje, correr por allí para descubrirlo.
Hasta hace poco era un carril bici de un kilómetro y medio que acababa cortado por el rio.
Pasando a Francia por el Puente de Behobia comienza detrás de un típico frontón un carril que trascurre totalmente pegado a la orilla. Cuenta con una vía de ida y otra de vuelta que permite la convivencia entre corredores, paseantes y ciclistas.
Los primeros metros nos permiten un poco de historia. La Isla de los Faisanes, en la que en 1660 los reyes Felipe IV y Luis XIV firmaron el Tratado de Paz de los Pirineos que acabo con la guerra de los 30 años entre Francia y España.
Es el condominio más pequeño del mundo, es compartido desde 1856 entre Hendaya (Francia) e Irún (España), teniendo cada uno que encargarse de cuidarlo durante 6 meses.
Seguimos avanzando a ritmo cómodo y el Bidasoa se convierte en un espacio lúdico y deportivo. El piragüismo convive con la fauna sin ningún problema.
Ocho minutos corriendo, y donde antes se cortaba el carril bici, aparece una plataforma de madera de unos cuatro metros de ancho que vuela sobre el agua y supera una dificultad que hasta hace poco parecía insalvable.
Y un poco más adelante cruza bajo Los Puentes Internacionales de Santiago, uno para ferrocarril y otro para tráfico rodado.
Correr pisando tablones de madera es una sensación agradable que te hace controlar el ritmo sin darte cuenta y disfrutar del paisaje.
Las mini paradas para hacer fotos también me están haciendo descubrir una nueva manera de correr, cada pausa sirve de pequeña recuperación y la vista y la mente van totalmente distraídas del esfuerzo buscando una nueva y bonita imagen.
El puente de madera da paso de nuevo al carril bici que gira a la derecha y descubre el momento en que el rio se va convirtiendo en mar. Fuenterrabía en frente con su iglesia de largo nombre Nuestra Señora de la Asunción y del Manzano que queda reflejada en el agua.
A velocidad de crucero empiezas a recorrer la línea que te va acercando a mar abierto y en las que poco a poco te muestran diferentes embarcaciones de pesca y de recreo fondeadas.
Con cinco kilómetros en las piernas se llega al único tramo donde el carril se corta 300 metros de subida y bajada por una carretera poco transitada y perfectamente indicada que da paso a una pasarela estrecha sobre el mar y a una pequeña bahía.
La siguiente bahía descubre el puerto deportivo de Bayona repleto de veleros perfectamente ordenados y al fondo se deja ver el monte Jaizkibel en territorio guipuzcoano.
Dos cosas que sorprenden de esta localidad al sur de Francia. Su urbanismo, construcciones de poca altura y todas del mismo estilo en perfecta armonía. Y su limpieza, durante todo el recorrido no se ve ni un papel por el suelo.
Al final de la Bahía giro de nuevo a la derecha y el paseo marítimo nos conduce a la Playa de Hendaya, donde en verano es más fácil oír hablar en castellano que en francés. Hacia la mitad se cumple el kilometro siete. Parada de admiración y descanso porque todavía queda la vuelta.
La vuelta se hace por el mismo camino, a un ritmo más vivo y sin paradas, pero se descubren nuevos puntos de vista del paisaje.
Aunque es territorio francés los paseantes son en su mayoría españoles y te hace pensar en las nuevas aficiones adoptadas debido a la crisis. Un día después paseando por la parte vieja de Donostia se confirman, los pintxos y el poteo son ahora cosa de los franceses. Pero la tarta de queso del bar La Viña no podía faltar.