Objetivo cumplido. Sólo dos palabras como broche a una experiencia que nunca olvidaré: He corrido mi primer medio maratón. En Valencia, el 23 de octubre.
El caso es que yo nunca le había encontrado el gusto a correr. Salía de vez en cuando, pero no lo disfrutaba realmente. Hasta que a finales de 2015 encontré una motivación extra: perder 15 kilos. Con zapatillas, pantalones y camisetas nuevas empecé a correr con frecuencia... y a disfrutarlo. Y a plantearme la idea del medio maratón. Tras un frustrado intento por estrenarme en San Sebastián, surgió Valencia. Muy llano, "fácil", me decían. A la vuelta de las vacaciones comencé a prepararme. Con disciplina máxima, sin saltarme ni un entrenamiento. Todo iba rodado. Más que rodado. Ya no me conformaría con acabar la carrera. Quería hacerlo en menos de dos horas.
Pero el miércoles 12 de octubre, a 11 días de la carrera, el primer día de frío y lluvia, un chasquido en mi ingle izquierda en una serie de sprints lo alteró todo. Una rotura de fibras del tamaño de media moneda de dos euros, me explica Fernando, mi fisio. Imposible correr. Me pongo en sus manos, cambio el entrenamiento por algo de bici y trotecitos, siempre con la lesión en la cabeza. Pasan los días. En la sesión del miércoles 19 ya apenas duele el punto de la rotura durante el tratamiento. Podría correr, sin forzar. Viernes 21, prueba definitiva. Salgo a correr a tope ocho kilómetros. De repente me doy cuenta de que por primera vez no estoy pensando en la lesión. Una magnífica señal. Última sesión y mi fisio, con tantas ganas como yo de levantar hacia arriba el pulgar, me dice que adelante. Con cabeza, pero adelante.
Y llega el domingo 23, y Valencia es una fiesta. Minutos antes de la salida, miles de personas sonreían, felices porque le iban a meter 21 kilómetros y pico a sus piernas. Y siguen sonriendo cuando se da la salida, momento en el que me doy cuenta de que he cometido un error de novato. Me he colocado demasiado atrás, casi de los últimos. Cuesta mucho coger ritmo rodeado casi codo con codo de corredores, muy pocos en esa parte del pelotón preocupados por el cronómetro. Adelantar sin arrollar a nadie es tarea complicada hasta el kilómetro dos. Y he de adelantar porque para bajar de las dos horas tengo que poner un ritmo fuerte y constante, pues mi lesión desaconseja los acelerones.
Supero ese kilómetro dos y empiezo a tener espacio razonablemente libre para correr a mi ritmo. Y lo disfruto. La zona lesionada no da señales de vida una vez entrado en calor. Hace sol. Un kilómetro tras otro la App que llevo en el teléfono dice que voy a 5:22 minutos el kilómetro. Un ritmo perfecto. Me animo con las coreografías y las músicas de gente que ha venido a jalearnos, incluso choco mi mano con una niña apostada entre el público. Y me río cuando la altura del kilómetro 8, delante de una mesa colocada en la acera, repleta de comida para el almuerzo, un tipo grita, litrona de cerveza en mano, "¡Avituallamiento!".
Me acerco al kilómetro 10 y un pensamiento lo nubla todo: Aún queda más de la mitad de la carrera. No pasa nada, más agua, más bebida isotónica y una botellita con la pócima que me han recomendado, y a seguir corriendo, y a seguir corriendo y a seguir corriendo... Pero llega un momento en que ya no me fijo en los grupos que nos animan en la calle, que ya no tarareo las canciones que suenan en el recorrido. Creo que si apareciera de nuevo el tipo del "¡Avituallamiento!" sólo repararía en lo gordo que estaba.
Estoy a la altura del kilómetro 18, aún quedan tres hasta la línea de meta. Tres kilómetros eternos, en los que un par de corredores que han ido próximos a mí se van alejando sin que pueda mejorar mi ritmo. Me entra el pánico al pensar por primera vez que no conseguiré bajar de las dos horas. Entrando en una rotonda, casi vencido por la ansiedad de querer ver un cartel que ponga el número 20, me viene a la cabeza la idea de dejar de correr, de caminar como he visto hacer ya a mucha gente. Resisto. Y después del 20 una voz grita "ya sólo queda os queda uno", y mirando el reloj casi cada segundo me voy convenciendo de que sí, de que voy a terminar mi primer medio maratón y que lo voy a hacer en menos de dos horas. Exactamente, en un tiempo real de 1:57:55.
Satisfecho, muy satisfecho, pienso en ese momento en Consuelo, mi mujer, por ella comencé a correr y por ella no me derrumbé con la lesión. En mis hijos y esas bromas suyas que no hicieron más que entrenara con más ganas. En los amigos y compañeros y sus consejos de último minuto. Y pensaba, en la misma línea de meta, que quiero correr otro medio maratón. Ya me he apuntado al de Madrid.