Correr para no caer
Kayla Montgomery corre que se las pela, es una ganadora nata. Pero al cruzar la meta no levanta las manos para celebrar la victoria, ni se exhibe relajada disfrutando de la vuelta de honor; tampoco recibe el aplauso del público. Cuando rebasa la meta, Kayla se desmorona como si su cuerpo fuera de gelatina. Por suerte, siempre hay alguien esperando para cogerla en volandas antes de que sus huesos golpeen el duro suelo.
A Kayla le diagnosticaron esclerosis múltiple con 15 años. La enfermedad se hizo visible un día en el que, jugando al fútbol, se desplomó sin razón aparente. Le detectaron lesiones en el cerebro y la columna. Pero Kayla no es noticia por padecer esclerosis múltiple; desgraciadamente hay muchas como ella. Es noticia porque, pese a la enfermedad, se ha proclamado campeona estatal de Carolina del Norte en la distancia de las dos millas.
Hace un par de meses, esta alumna de 18 años del instituto Mount Talbot cruzó la meta con un tiempo de 10:43 segundos, y -como ocurre desde hace tres años se derrumbó como una muñeca de trapo, desarticulada y sin fuerzas para mantenerse erguida. Su enfermedad provoca un entumecimiento tan severo de sus músculos, que tras un esfuerzo intenso es incapaz de mantenerse en pie. Sólo la tensión de la competición la mantiene erguida.
La temporada pasada, durante una prueba de cross, la zancadilla involuntaria de una rival la hizo caer. Y allí se quedó, mordiendo el polvo, incapaz de levantarse hasta que sacando fuerzas de donde pudo, se incorporó apoyándose en una valla. Acabó cuarta, y -como siempre- al cruzar la meta, volvió a caer desmadejada.
Su insólita forma de acabar las carreras le ha dado la fama; el respeto se lo ha ganado con la intensidad de sus entrenamientos: acumula
80 extenuantes kilómetros semanales. El curso que viene, Kayla comenzará su aventura universitaria en Lipscomb, (Tennessee), donde confía en poder seguir compitiendo contra el crono, contra sus rivales y sobre todo, contra le enfermedad.
La historia de Kayla fue portada del New York Times y me hizo recordar la historia más lejana de Jacqueline Liddle, una adolescente británica enferma de narcolepsia con una voluntad de hierro. Jacqueline puede sufrir 50 episodios diarios de catalepsia. Cuando eso ocurre, su cerebro se desconecta como si alguien pulsara la tecla de off, lo que provoca la pérdida de tensión muscular y la apariencia de sueño. Jacqueline también necesita ir acompañada para no caer; aunque ella no se derrumba, sino que se desinfla como un castillo hinchable que perdiera consistencia.
Pero, lo sorprendente de la historia es que -como le ocurre a Kalya cuando corre- Jacqueline puede mantenerse firme en situaciones de máxima tensión.
Por eso aspira a ser bailarina profesional; porque cuando baila, su cuerpo, su cerebro y sus emociones se activan tan intensamente que ahuyentan la catalepsia. Pasado ese momento, vuelve a derrumbarse.
Kayla y Jacqueline encuentran refugio en sus dos grandes pasiones. Sólo ellas saben lo que experimentan cuando -inmersas en su burbuja- corren o bailan. Pero allí se sienten seguras y fuertes, dan la mejor versión de sí mismas. Afuera, un mundo hostil y amenazante parece esperarlas para verlas caer.
Kayla y Jacqueline son héroes, nosotros sólo somos runners. Pero, como ellas, también nosotros nos hacemos fuertes en nuestra burbuja; zancada a zancada nos evadimos del mundo y dejamos atrás nuestros fantasmas. Y como ellas, también nosotros confiamos en que -al llegar- alguien esté ahí para cogernos en volandas y no dejarnos caer.