Amanece, ya salen los primeros rayos de sol. Te asomas a la ventana y tomas el pulso a la temperatura. Bueno, me pondré un cortaviento porque parece que hace algo de fresco. Mallas enfundadas, cronómetro en muñeca y sales a correr. El arranque despacio porque hay que calentar. Un parón para estirar algo y a seguir… Ahora sí, la maquinaria se pone en marcha. Qué sensaciones, el aire en la cara, el rocío de la mañana… a disfrutar.
Como es habitual, un paso de cebra, miro a los lados. Viene un coche pero se detiene porque cruza una mujer con su perro. Salgo detrás, casi pegado a ella, el coche la deja pasar y de repente arranca. Cuál es mi sorpresa que veo su parachoques contra mi tibia, ante lo que, y por puro instinto porque me golpeaba, salto, apoyo mi mano contra su capó y termino rodando por encima de éste, para caer sobre el asfalto cual maleta en aeropuerto.
Aquel día, la fortuna quiso que en el impacto contra el suelo no me diera ni con el bordillo de la acera ni me golpeara en la cabeza. Las consecuencias no fueron más allá de leves magulladuras gracias también a que el coche arrancaba en primera y todo sucedió a cámara lenta.
Superado el revuelo y apuro por mi parte ante el corrillo que se formó, dicho sea que con la voluntad de ayudarme, me llamó mucho la atención que el conductor no paraba de insistir en que no me había visto, que lo sentía mucho pero no me había visto salir. Esto me hizo reflexionar, no tanto en el culpable, que está más que claro, si no en las medidas de prevención que podemos tomar para evitarlo. Indagando sobre el tema y cotejando con compañeros y profesionales, me quedo con una serie de apreciaciones que creo pueden ser importantes y no son las habituales.
Lo hago esquemático para no alargar el post divagando.
El fenómeno del conductor es que no ve a nadie y de repente hay un corredor en medio de la calzada. No importa que tengas preferencia, al coche tiene que darle tiempo a parar y esto lleva sus metros.
Si el impacto es inevitable:
Yo en mi caída me levanté, me encontraba bien y seguí mi entrenamiento, por cierto, a un ritmo de competición a causa de los nervios y el stress, pero fue al día siguiente cuando aparecieron las consecuencias. En este caso, de levedad.
¡Suerte y prudencia!