Cualquier corredor conoce la importancia de los pequeños detalles. Un pliegue en el calcetín puede echar a perder un maratón. Un sorbo de menos en un avituallamiento puede determinar el desenlace de una carrera. Una copa de más la víspera de una prueba puede hundir una jornada atlética. Minimizar riesgos está en nuestra mano, pero hay factores imponderables que pueden marcar toda una vida.
Al pequeño Michael Phelps le recomendaron nadar para combatir su hiperactividad. La terapia podría haber sido distinta: bailar o pintar con acuarelas. Pero le conminaron a nadar. Y de ahí surgió un nadador inigualable. Decenas de actores o modelos llegaron al estrellato casi por casualidad. "Acompañé a un amigo/a a un casting, y al final, me eligieron a mí…". El amigo/a acabó sirviendo copas, y ellos acabaron en Hollywood o en la Semana de la Moda de Milán.
Pienso en ello tras cazar al vuelo una conversación en plena calle. Una niña de unos 14 años le dice a su padre:
-Papá recuerda que mañana me quiero apuntar a atletismo.
El padre, con tono desdeñoso, le responde que no sea tan pesada y que para qué quiere practicar atletismo, "¿para correr por la calle?", le pregunta sin siquiera mirarla. El hermano mayor que acompaña a la niña hace entonces lo que cabe esperar de cualquier hermano mayor adolescente: intenta humillarla un poco más:
- "Menuda pinta, tú haciendo atletismo".
La niña, -que no se achanta- ignora por completo a su hermano y se limita a insistir: "Mañana, quiero apuntarme a atletismo".
Ahí los dejé, alejándose por la calle como una familia cualquiera, sin saber si esa niña delgada y decidida se apuntó finalmente al equipo de atletismo. Añadiré que me quedé con ganas de insultar airadamente a ese padre "castrador" y de ponerle la zancadilla al impertinente hermano mayor.
Rencores aparte, fantaseo imaginando que la chica acude dos veces por semana al polideportivo; que se siente feliz cada vez que se calza las zapatillas; que ha encontrado un grupo de amigas con las que divertirse sudando y que ha descubierto una afición que la acompañará el resto de su vida. Quiero imaginar, también, que dentro de unos años, reconoceré esa mirada decidida en la esbelta atleta española que marca el paso por la calle uno, en un 1.500 internacional.
No podemos permitirnos el lujo de perder talentos; no estamos para negarles aficiones saludables a los más pequeños. Y menos si se trata de un deporte como el atletismo, que muere de inanición por falta de medios y de cantera. Los datos el Consejo Superior de Deportes son alarmantes: en 2005, el número de licencias femeninas en la Federación de Atletismo era de 43.229. El año pasado, se habían reducido a 25.338. Disciplinas tradicionalmente minoritarias como el golf, el patinaje o la halterofilia superan al atletismo en número de mujeres federadas. El baloncesto y el fútbol están a años luz en número de licencias femeninas. En el caso del atletismo masculino, la situación es todavía más grave. En una década ha perdido 29.219 federados, un 45% del total de licencias.
Este declive coincide con un momento en el que el atletismo popular ha calado hondo, especialmente entre las mujeres. El año pasado, 18.000 chicas acabaron la sansilvestre vallecana; el circuito de "carreras de la mujer" reúne a miles de entusiastas en ocho ciudades a lo largo de la temporada. Este año, por primera vez, se disputó en Mallorca una maratón exclusiva para mujeres.
Es evidente que correr gusta, pero no está claro que guste competir. No es ninguna crítica. Hay un hecho irrefutable: el running y el atletismo se parecen tanto como cantar en la ducha o hacerlo en la Ópera de Viena. Correr es saludable y divertido, pero entrenar con objetivos competitivos es muy distinto y -los datos lo demuestran- resulta poco atractivo.
En la alta competición femenina no hay relevo a la vista para una generación de atletas de altísimo nivel, con muchas batallas en sus piernas. Las medallistas del último Campeonato europeo de Zurich son "ilustres veteranas": Ruth Beitia (35 años), Indira Terrero (29), Diana Martín (33 años). La mejor maratoniana española del momento, Alessandra Aguilar, tiene 36. Son estrellas internacionales, pero sus nombres les dirán muy poco a las miles de españolas que corren a diario por los parques.
Puede que, siendo niñas, esas grandes atletas también les pidieran a sus padres que las apuntaran a atletismo, y quizás también las miraron con sorpresa o desdén. Pudieron haber escogido cualquier otro deporte, pero eligieron correr. Y ahí empezó todo.