Fuertes y sabios, en teoría
De las lesiones se sale más fuerte y más sabio. Casi siempre. Salvo accidentes, la mayoría de las lesiones tienen su origen en debilidades, sobrecargas o descompensaciones físicas. Por eso, si nos recuperamos bien, renaceremos como atletas más sólidos. Psicológicamente también seremos más duros, porque ni el entrenamiento más desagradable es comparable al sufrimiento de verse en el dique seco. En teoría, también seremos más sabios, porque seremos más prudentes y porque cada lesión es una lección que destapa debilidades, excesos y torpezas. Un runner inteligente es un runner prudente. Pero el prudente no nace, se hace; y se hace a base de golpes. "Experiencia es el nombre que todo el mundo da a sus errores", dijo Oscar Wilde. Y lo subscribo como experto, es decir: como gran coleccionista de errores… y como gran teórico. A la hora de poner en práctica estas teorías, me temo que flaqueo.
Por eso, creo que la historia de Miguel (protagonista de "El manual del imperfecto", el último post de mi compañero de blog Jorge Alonso) es la historia de todos nosotros. Miguel, recién iniciado en el atletismo popular, se recupera de una lesión provocada por el entusiasmo del primerizo. A quien no le haya pasado, que tire la primera piedra. Miguel somos todos, y todos tenemos un pasado imperfecto y muchas veces indefinido.
Pero de todo se aprende. Y de las lesiones se aprende sobre todo anatomía. Recién iniciado en el running, descubrí que yo tenía periostios (dos para más señas) y que los periostios se inflaman. Descubrí también que tenía psoas (dos, también), que se acortan; y dos piramidales y dos cintillas iliotibiales y sóleos; aductores y abductores, y cosas aún peores como sartorios, fascias y glúteos medianos. Yo -que había hecho deporte toda mi vida ignorante de mi anatomía- descubrí a golpe de lesiones que cuando toca correr ningún músculo se puede escaquear, porque hasta el más insignificante juega su papel.
Descubrí también que para correr hay que estar fuerte; con algún kilo de más o de menos, pero fuerte. Hace unas semanas, conversando con Katherine Switzer (pionera en el running femenino) le pregunté por sus lesiones después de 50 años corriendo. ¿Lesiones?- me contestó. ¿Lesiones?-. Tengo 67 años y no me he lesionado en mi vida, y corro dos maratones al año. Su secreto, me dijo, es su buena base. Se inició en la larga distancia después de practicar deporte a un nivel muy competitivo durante su infancia y adolescencia. La constancia y la genética han hecho el resto.
El error de muchos recién llegados es querer pasar del sillón al maratón sin construir una buena base física. De cero a cien, en siete segundos. Error. Menos es más: corramos menos para ir más deprisa. Fascinados por la épica de las largas distancias, desdeñamos la diversión de otras pruebas que pueden ayudarnos a ser mejores corredores (ver, "¿Qué distancia corremos?", de Fede Atienza). Queremos conquistar el Nanga Parbat tras subir dos veces a Peñalara. Error. Y estar hoy mejor que ayer pero peor que mañana. Error. Y saltarnos las abdominales, las lumbares, los estiramientos y los calentamientos, y no darnos ni un respiro. Error y "game over".
Ser un runner inteligente a veces significa dar un paso atrás. Ahora lo llaman "tapering", pero hace 60 años lo bautizaron como Método Emile Zatopeck. Cuentan que a dos semanas de los Campeonatos de Europa de 1950, una infección respiratoria dejó en la cama al mejor fondista del momento. Pero Zatopeck, tras unos días de reposo, se recuperó y acabó ganando el oro en los 5.000 y los 10.000 metros. Tras duras semanas de entrenamiento, esa pausa aportó una regeneración muscular y un restablecimiento de reservas. Hoy, el tapering forma parte de cualquier plan de entrenamiento: antes de la competición, se rebaja la intensidad. Lo complicado es rebajar el entusiasmo, decir no, echar el freno cuando el cuerpo nos pide trotar y trotar. Y después, seguir trotando.