Correr para vivir, correr para reir
En boca de Lucía, eminente oncóloga, la propuesta escuchada de esta guisa, tal cual, en frío, parecía una inconsciencia.
“Yo le propuse a Ramiro entrenar a pacientes con cáncer de mama”
Porque además, si conocen a Ramiro, se darán cuenta de que para este hombre menudo y simpático, con un aire a Asterix el galo pero en versión abulense, lo de entrenar ha ido siempre, va todavía, muy en serio. Sus grandes éxitos como correcaminos se remontan a 1978, con una victoria de relumbrón en los 10 kilómetros de la San Silvestre vallecana, y enumerar su palmarés es tan fatigoso que mejor busquen ustedes su nombre en la wikipedia.
El caso es que un buen día de septiembre Ramiro y Lucía se conocieron. Iban los dos corriendo por algún lugar de San Sebastián de los Reyes y surgió la conversación no se sabe muy bien cómo.
Lucía había leído que la práctica del running es un factor que puede aumentar la supervivencia en el tipo de pacientes que ella trata a diario en la clínica Quirón. Aún está por demostrar, pero la mera posibilidad le metió la idea en la cabeza, y el encuentro con Ramiro fue interpretado como lo que era: una oportunidad única.
Ramiro aceptó, por supuesto. Y en poco menos de 9 meses “Corre en rosa” es una realidad consistente, conmovedora.
Entre Ramiro y varios de sus corredores, siempre en forma de voluntariado, sin percibir un céntimo, ubican en 3 grupos a casi 70 mujeres que han padecido o aún padecen la enfermedad.
El primero solo camina. Todo el tiempo. A diferentes ritmos.
El segundo alterna pasos y zancadas.
El tercero solo corre. Corre que se las pela.
Y los efectos, vistos en vivo y en directo, no dejan lugar a dudas. Se respira una alegría ruidosísima que solo pierde volumen en los momentos más duros del entreno, cuando el resuello es un lujo demasiado caro y hay que elegir entre hablar o introducir algo de oxígeno en un sistema respiratorio exigido pero orgulloso de sus propias prestaciones.
“Por un lado están los beneficios físicos: pérdida de peso, mejora en la calidad del sueño”, describe Lucía. “Pero es que además está lo anímico, lo emocional”, añade, “ la percepción de sí mismas. Es el mejor antidepresivo, mejor que cualquier pastilla”.
Y las chicas, claro, lo corroboran, en una especie de complicidad unánime:
“Reconocí de nuevo mi cuerpo, porque mi cuerpo se había transformado de tanta medicación. Además, empecé a lograr retos que jamás me habría imaginado”.
“Yo no corría ni en el instituto, y ahora…no veo el momento de que llegue el día de entreno”.
“Solo entre nosotras nos entendemos. Cada pasito que hemos dado en la enfermedad, solo entre nosotras sabemos lo que significa. Por eso, entre otras muchas razones, me hace tanto bien venir”.
“Lo mejor que me ha podido pasar. Me mejora el ánimo la mera ilusión de venir con todas”.
Cada camiseta rosa viste una historia de esas que inspiran y cautivan. Especialmente cuando se relatan sin un ápice de autocompasión, con una sonrisa, con ese vigor sorprendido de quien se encuentra a gusto en pleno trance, feliz de haber encontrado el ritmo de carrera.
Guión y redacción: David Jiménez/ Imagen: Esteban Bañuelos