En México DF, a cualquier gestión que se quiera hacer, ya sea ir a trabajar, volver de trabajar, ir a hacer la compra o salir a tomar una copa, hay que sumarle el tiempo perdido del atasco. Aquí los taxistas te calculan la distancia por tiempo, no por kilómetros.
Todo el mundo lleva el móvil en la oreja porque el tiempo de los atascos es tiempo que se utiliza en hacer llamadas pendientes, solucionar problemas del trabajo o ver como está la familia. Apenás hay pitidos o conductores energúmenos. Esto no es El Cairo o Atenas. Es como si todo el mundo se hubiera conformado en asumir que el atasco forma parte de sus vidas. El día que prohiban hablar mientras se conduce, este país va a colapsar de protestas, porque muchos no sabrán que hacer con esas tres horas atascados al día.
Y mientras uno piensa en esto, mirando por la ventana cerrada para no respirar el aire viciado de los escapes, se le aperecen estas seis cariátides indígenas. Desnudas. Gritando. Apenas vestidas con unas sandalias y un sombrero de paja. Protestan porque el Gobierno, dicen, les ha despojado de sus tierras de cultivo en Veracruz. Llevan cinco meses manifestándose en el centro de la ciudad y malviviendo en un improvisado camping.
No tienen nada que perder porque no tienen nada, así que han decidido vivir en una céntrica plaza del DF hasta que alguien del Gobierno les ofrezca una solución. Se autodenominan "Movimiento de los 400 pueblos", pero todo el mundo les conoce como "los Encuerados". Una elegante forma de decir los despelotados.
Sus maridos, sus hijos y el resto de los vecinos de esos pueblos las siguen detrás, tras las pancartas, con el torso desnudo. En estos cinco meses se han manifestado con lluvia, aire, frio, y con el fuego del agosto mexicano. Pero ellas, con esa piel cetrina curtida durante años de trabajar recogiendo yucas y papas, con la voluntad de hierro que atesoran en estas tierras los campesinos cabezotas, seguirán apareciéndose a los aburridos conductores atascados, como recién escapadas de un mural de Rivera, para recordarles que al menos ellos tienen coche.
Jon Sistiaga, desde México D.F
CONSULTA TODAS LAS CRÓNICAS DE JON SISTIAGA DESDE MÉXICO:
JON SISTIAGA: El día a día de la información en México
JON SISTIAGA: La protesta de los 400 pueblos
JON SISTIAGA: Doña Queta en el altar de la Santa Muerte
JON SISTIAGA: La desesperada publicidad de una familia desolada
JON SISTIAGA: Los presos con como los perros que huelen el miedo
JON SISTIAGA: El mural de los narco-mártires de Tepito
JON SISTIAGA: "Welcome to Tijuana"
JON SISTIAGA: Culiacán, la ciudad de las cruces