Cuesta despedirse cuando lo que dejas atrás representa la absoluta felicidad. El año pasado, fue difícil cerrar este blog. Ahora, sentada frente al ordenador, me cuesta encontrar las palabras para escribir la última página de este Diario de Viaje. La Ruta del Dragón ha sido, como siempre es Pekín Express, una experiencia mucho más vital que profesional. Este programa está agarrado a mi corazón y es, sin duda, parte esencial de lo que ahora soy. Me ha enseñado a ser mejor, me ha dado a algunos de mis mejores amigos, me ha metido en las tripas de mundo, y me ha demostrado que la vida está en las pequeñas cosas que encontramos en nuestras aventuras. Y que hay que vivirlas todas, aventurarse, conocer. Ser valiente, firme y generoso es lo que te hace avanzar y devorar kilómetros. Pienso en Vietnam, Camboya, Laos, Tailandia e Indonesia. Veo pasar de nuevo los paisajes a través de la ventana de una furgoneta. Sé que quiero regresar. Todos los que hacemos Pekín Express, y ahora también vosotros, sabemos que el mundo está ahí, cerca, la verdad está en el corazón de quien te abraza, te acoge y comparte su comida y su alegría contigo. No es más. No es mucho más. Para mí, hacer Pekín Express ha sido y es, un sueño. Una de las cosas más hermosas que he vivido y que nunca podré olvidar. Tengo la certeza de que una parte de mí, pase lo que pase, estará siempre en una bandera, sobre una alfombra, esperando que un amigo venga corriendo, deseando dar una buena noticia, suspirando por el abrazo de las personas a las que quiero. Esa parte de mí sabe también que son muchos los caminos y que hay que tomarlos por muy duros que sean. Este, el camino de Pekín Express, es el mío. Y lo será, para siempre.