El cierre: Cuentos e historias
Vivimos en una época en la que el rigor académico y la enjundia de los estudios sesudos están muy reñidos con la narración oral, el concepto mítico, el cuento, etc. Cuento para muchos es historia que no es real sino inventada. El cuento es a veces la única forma simbólica de narrar una verdad que se transmite en el tiempo. Y sobre todo que cala en los corazones de la gente. Los mitos griegos son mitos para nosotros, pero la palabra mito para los griegos no significaba lo mismo que para nosotros, es más era una gran verdad. Superior a las verdades ordinarias. Digo todo esto porque he recordado como la tradición oral tiene una fuerza enorme en todos los pueblos de la antigüedad y sigue impactándonos a nosotros en pleno siglo XXI. A pesar de todo ese mundo tecnológico y rápido en el que vivimos y donde lo serio no puede ser nunca contado con tintes de aventura, de emoción o de entusiasmo. A pesar de eso, cuando ocurre el ensalmo llega a ustedes. El ejemplo es lo que estamos haciendo sobre el terreno. Este tesoro soñado de la aliseda, estas historias que no serían lo mismo sin su parte de maravilloso cuento. Cuento que les proporciona esa magia diferente que hace que se ilusionen los niños, quieran conocerlos más jóvenes porque si no las materias se convierten en algo aburrido. Sólo importa la esencia y lo material y se queda en nada.
Me acuerdo mucho de los cuentos que me contaba mi abuelo Francisco. Tengo la imagen muy viva en mi mente de muchas mañanas siendo muy niño los dos en la cama y él contándome. Yo vengo de una familia muy fantasiosa, por fortuna. Mi abuelo me contaba las historias del teniente Veneno, de Francisquillo 'el sastre' y de más fantasmagorías que ocurrían en esos tiempos. Y a él se lo habría contado su propio abuelo. Me gusta mucho esa tradición oral que también se pierde porque yo he sentido lo que es recibir el cuento junto a tu abuelo en la cama. No es cualquier cosa. Te prepara la mente para pensar en lo insólito y en lo imposible. En que lo maravilloso puede ocurrir. Todo tiene su cuento por eso los pueblos que consideramos primitivos todavía los ancianos cuentan a los chicos en la noche algunos cuentos. Porque saben que de esa forma van a aprender grandes verdades y se les van a quedar no sólo en la cabeza sino en el corazón. Son dos sitios muy diferentes. Los viejos griegos pensaban que el corazón era el centro del universo del hombre.
Un hallazgo en la cueva de Nerja sorprendente porque piensan los investigadores que puede estar el primer código escrito. La primera escritura va 30.000 años más atrás de lo que pensábamos y que los hombres de la prehistoria en el sur de España se escribían con unos códigos. Para contar esta historia y que les llegue a ustedes no podemos contar solamente eso, tenemos que completar ese reportaje con planos y libros de estas cuevas. Porque lo que no cuenta ya nadie es cómo se descubren estas cuevas. La gente no sabe qué pasó. No sabe la historia de un grupo de cinco niños que jugueteaban en un cementerio a plena noche. Había una poza que ellos querían limpiar y empezaron a escavarla. Encontraron que debajo del pozo había una pequeña compuerta y aquellos muchachos se creyeron los grandes de la investigación y se metieron por debajo. Era un ambiente irrespirable y sus vidas corrieron peligro. Estaban en busca de dos grandes estalagmitas que tenían una puerta que había sido sellada hace milenios por aquellas personas que nos dejaron las primeras escrituras. Llamaron a un albañil y bajaron de nuevo, rompen esa zona y penetran en un mundo que hoy conocemos como cueva de Nerja.
Llamaron a la sala como la 'sala de los fantasmas' porque lo que vieron aquellos cinco muchachos con unas pequeñas luces y un candil que traía el albañil fueron unas figuras que eran unos esqueletos con unos cuencos misteriosos. Hoy en día sólo se muestra el cuenco con la época. Pero hay que saber la impresión que tuvieron aquellos muchachos y aquel albañil solos entrando en una zona que el hombre no había pisado desde hacía milenios. Eran los primeros en profanar un santuario sagrado durante decenas de siglos. Ellos no se fijaron en las pinturas rupestres porque allí tenían unos cráneos y cuerpos humanos que sostenían unos cuencos que estaban otorgados para la divinidad. Estaban realizados para esos dioses sin nombre. Y fueron avanzando en un ambiente inexplicable para ellos, casi asfixiante y fueron siendo los exploradores que dieron a conocer al mundo una cueva inacabable. En cierto momento se les apagó la linterna y el candil y hay que imaginar lo que sufrieron, lo mal que lo pasaron, el miedo que tuvieron cundo desde la 'sala de los fantasmas' tuvieron que encontrar de nuevo el único haz de luz que les devolvía la vida.
Para ellos había sido como un viaje al ultramundo. Un mundo desconocido que estaba debajo de su tierra, debajo del cementerio y que nadie en los últimos 40.000 años había descubierto. Está muy bien saber que hay unas pinturas, unos dígitos, que puede ser la primera pintura, pero no le quitemos el cuento a la historia. No le quitemos la emoción y el entusiasmo a la historia e imaginarnos esa visión. Eso lo hacen muy bien en Londres, en París, los americanos sin tener historia como nosotros. Y a nosotros parece que nos da apuro. Que contar el cuento es no contarlo serio. Si conjuntamos ambos mundos, haremos que muchos jóvenes sobre todo se interesen por la historia, por la pintura rupestre, por el pasado. Porque todos los hallazgos tienen su parte de misterio, de insólito encuentro y de fascinación. Aquellos muchachos creyeron ver casi fantasmas dentro de la cueva de Nerja con el impacto que les dio todo eso. Como en tantas otras cuevas, fueron niños los que las descubrieron. A mí me ha pasado en alguna ocasión ir a algún edificio oficial y hacer la prueba de que me lo enseñe un guía y había quitado todo el cuento. De cualquier cosa, de cualquier obra y de cualquier estancia despojaba el cuento, el relato antiguo. Había despojado la verdad como si fuese una naranja y le quitaran una capa llena de color.
Hay que aprender a conjuntar lo que de verdad importa. Las historias son hermosas, mucho más bellas de lo que nos cuentan. Creo que reivindicarlas es obra de todos. Así las nuevas generaciones creerán en el misterio auténtico de la historia, de los tesoros, de las cuevas de nuestro pasado. Y muchos de ellos se apasionarán. Es muy difícil apasionar si sólo hay dígitos, números y cosas muy serias. Yo creo en eso pero yo vengo de una familia demasiado fantasiosa. Hasta dentro de siete días amigos...