Es lo que más me ha interesado en las últimas horas: las filtraciones que wikileaks ha hecho sobre la guerra de Irak que, para mí, marcan un antes y un después de la política y del periodismo. La red posibilita que pueda salir a la luz lo que callan las instituciones o los medios, pero lo interesante es que haya una investigación seria, un interés honrado por contar lo que importa, por denunciar las aberraciones que quedan sepultadas en los informes de los despachos.
Julian Assange ha dado la cara sabiendo que se la pueden partir, sabiendo que pueden lanzar todo tipo de campañas de descrédito, sabiendo que está vivo porque ha sabido medir los tiempos y que ahora es tarde para los que hubieran querido quitarle de enmedio, tiene muchos focos encima.
No está sólo: los que filtran, los que financian, los que defienden los intereses de las víctimas y empujan. No ha sido una guerra, no hay manera de justificar el goteo de asesinatos de niños, de familias, de civiles que pasaban por allí y que, por un maldito azar, fueron sospechosos.
La cara visible de Wikileaks tiene que actuar para publicitar sus hallazgos pero no conviene a sus objetivos estar por encima de lo que denuncia; él lo sabe y es prudente. Por eso cuando abandona una entrevista de la CNN -algo tan impopular- se explica ante la insistencia machacona de la periodista por su historia y por lo que se ha inventado sobre él. Primero es paciente, habla de lo importante, de las víctimas, pero su interlocutora parecía sólo empeñada en un titular ¿dónde quedaba el fondo de la cuestión?