Banderas
Acabo de ver la cabeza de Antonio Banderas en un cubo de basura. Me he que quedado muerta cuando la señora de la limpieza de Cuatro abre la tapa y aparece sonriente su rostro. He lanzado un grito que ha impresionado a la mujer, profundamente enamorada del ídolo que tiene que agachar la testuz cada dos minutos sobre los resíduos que vamos desechando los trabajadores de la casa. Como estoy filosófica, he pensado en lo efímero del éxito, la fama...¡já! me he dicho, como para creerse algo en la vida...una foto colocada en el lugar inapropiado y ocupas un lugar en el mundo al que no aspirabas, pero que en ese momento es el tuyo.
Recuerdo bien cuando escribí mis primeros artículos, me faltó encuadrarlos, las manos siempre negras a causa de mi vanidoso manoseo. Hasta que ví que podía acabar envolviendo bocadillos (era otra época) o algo mucho peor (el papel higiénico Elefante no era muy diferente).
Así que, tras sesudas reflexiones, pensé que no sólo nos iguala la muerte, que la vida pasa factura para bien y para mal. A Antonio no le hacía falta esta terrible prueba, porque es un ser llano y encantador, pero ¿quién sabe si era un aviso a navegantes?