Amigos, antes de deciros desde dónde os escribo, prefiero contaros cronológicamente lo que me ha pasado desde mi última crónica…
Como sabéis, cuando llegamos a Lingset, tuve la sensación de haber descubierto un mundo perdido de belleza inimaginable, en mitad de la cordillera del Himalaya. Pero mi primer objetivo era llegar al gran valle del Zanskar o, mejor dicho, a las tierras bajas del Zanskar. Ese espíritu de aventura que siempre me acompaña, me hizo continuar a pesar de las dificultades que sabía que me encontraría.
De esta manera, el 15 de enero del 2008 emprendimos el descenso desde los valles altos del Zanskar al río Zanskar. Esta vez por un sinuoso y estrecho valle en “V”, muy cerrado, que en algunos puntos sólo tenía cinco metros de anchura. He pasado mucho miedo y el miedo no me ha dejado disfrutar de la belleza del lugar. Las avalanchas eran continuas. Al cabo de unas horas, conseguimos alcanzar de nuevo la garganta gélida del río; fue agradable encontrarse con este viejo amigo que en invierno abre la única ruta al valle del Zanskar
Seguimos ruta sobre el río helado aguas arriba, con la esperanza de que en dos días alcanzaríamos el objetivo inicial. Nada nos haría sospechar que avanzada la tarde, nos ofrecería su cara mas cruenta bloqueándonos de nuevo. ¡No había hielo en un sector de apenas 200 metros! ¡Otra vez!
Con un disgusto terrible retrocedimos en busca de una cueva, finalmente decidimos dormir en una playa de arena muy pequeña e inclinada. Hacía un frió endiablado y estuvimos casi 4 horas adecentándola hasta conseguir una superficie de unos cinco metros cuadrados, en la que nos metimos los once. Unos picábamos la helada arena, otros buscaban leña, “Arguiñano”, nuestro cocinero, nos preparaba té para calentarnos, y poco a poco construimos un minúsculo, pero casi confortable, campamento.
A las siete de la mañana ya estábamos en pie y el más viejo y experto de los zanskaries, comentó que el intensísimo frío de la noche nos dejaría pasar.
El tramo que ayer era sopa de hielo, hoy es un frágil pero sólido paso.
Estamos en marcha… el primer tramo lo pasamos casi de puntillas, mientras la finísima capa de hielo que se había formado durante noche crujía y se agrietaba: un paso más, ¡Ay! ¡Qué se rompe! ¡Qué ruge¡ ¡Qué miedo¡ ¡Parece que lo consigo! ¡Sí, he pasado! ¡Todos hemos pasado!
Luego llega un tramo sin nada de hielo y en la pared vertical vemos una especie de barras de hierro metidas a presión por las grietas de la roca. Éstas se elevan, hasta alcanzar una altura de 15 metros, pero en un punto desaparecen y solo se ve roca lisa, para aparecer las barras de hierro 20 metros mas adelante. Hablamos, nos miramos, silencio, dudas, caras de miedo. ¿Y ahora qué? ¿Quién va primero? ¿Quién quita la abundante nieve de la pared? Tomo la decisión de ser yo, pues no llevo tanto peso como los porteadores, tengo mejores botas y dispongo de conocimientos de escalada. Empiezo subiendo las escalas de las barras de hierro pero se me terminan y llega lo difícil. Dispongo de una cuerda y la punta de mi bastón y, poco a poco, voy ascendiendo por las grietas, limpiando la nieve y el hielo para poder posar las manos y los pies.
Es una travesía muy, muy peligrosa, puedo resbalar en cualquier momento. Tengo las pulsaciones a 200 y los zanskaries hacen gestos a cada movimiento que hago.
No se cómo, pero consigo alcanzar la otra parte de las barras de hierro e inicio el descenso. He conseguido pasar. Phuntchok viene detrás asegurando con cuerda todo el tramo y establecemos una vía segura para los porteadores. Conseguimos pasar todos. Me quito el sombrero ante Emilio que ha estado encaramado en un difícil punto para gravar toda la secuencia. Así son éstos cámaras: ante una buena secuencia merece la pena el riesgo. ¡Gracias Emilio!
Ahora lo importante era llegar al pueblo de Pidmo lo antes posible o lo pasaríamos muy mal.
Caminamos durante otras seis horas más con visibilidad casi nula. Emilio y yo avanzamos delante para abrir huella, y quizás nuestro exceso de celo hizo que poco a poco nos alejáramos del grupo hasta separarnos más de una hora.
Vimos que la huella se dividía en dos y cogimos la senda buena, llegando a Pidmo, primer pueblo a la salida de la terrible garganta del Zanskar. Por cierto, somos los primeros que esta temporada realizamos la ruta del río helado.
Cuando llegaron todos los porteadores, nos dimos cita en una de las casas de los habitantes de Pidmo, el primer pueblo del valle del Zanskar
, pero: ¿Y Phuntsog y Dorge? ¡Qué disgusto, qué desolación, qué angustia! Era noche cerrada, nevaba copiosamente, había ventisca y casi no se veía nada. Debíamos organizar el rescate. Rápidamente dispusimos de los dos mejores jinetes. Emilio, los portadores y yo esperamos angustiados en la cocina de nuestro anfitrión, pero los nervios me traicionaron y decidí pedirle a un zanskari que me acompañase, necesitaba hacer algo.
Standup y yo nos enfrentamos a la noche cerrada, armados con linternas.
De repente, vimos luces. Nos preguntábamos quién sería. Descubrimos una caravana de zanskaries que venía de Zangla con intención de realizar la misma travesía que nos ha traído hasta aquí, pero que evidentemente abortan y esperaran a mejores condiciones climáticas antes de meterse en la ruta helada.
¡Sorpresa! En el grupo están los dos jinetes y también distingo a Phuntsog y “Arguiñano”. Juntos regresamos al pueblo de Pidmo sanos y salvos.
Ahora, día 17 de enero y ya anocheciendo, no ha parado de nevar ni un solo instante y la nieve llega a la cintura. Tengo que llegar a Zangla. Hoy lo hemos intentado pero la fortísima ventisca nos hizo dar la vuelta a la hora de partir. Quiero conocer a un rey que vive en esa aldea.
Os lo contare todo en la próxima crónica, que no sé cuándo será. Casi no tengo energía en mi ordenador y equipo satélite para contároslo desde tan remoto lugar. Si no sale el sol la comunicación será imposible.
Os seguiré informando desde el asilamiento obligado del Himalaya más remoto.
Jesús Calleja