Tormentas antárticas (2 de 3)
No hay que dejarse arrastrar, hay que serenarse, y buscar soluciones y sobre todo asimilar que si quieres progresar y cada vez llegar más lejos, has de abandonar tus miedos, asumir que lo que haces tiene sus peligros, que puedes controlarlos, por lo tanto hay que serenarse. Esto es fácil decirlo pero no tan fácil alcanzar ese equilibrio. De todas maneras no hay opción, el temporal es fortísimo para poder avanzar.
Pero después de la tempestad viene la calma, o la medio calma. El día amaneció cubierto totalmente pero justo a nuestra altura las nubes nos dejaron ver hacia abajo, y sin pensarlo levantamos el campamento muy rápido y nos pusimos en marcha.
Teníamos información muy preocupante del tiempo. Nos la pasó Roger desde el velero Australis, que en las próximas 48 horas se aproximaba una fortísima tempestad, con vientos medios de hasta 120 kilómetros por hora, y rachas aun más fuertes. El capitán alarmado nos dice que salgamos de ahí como sea que hay alarma general que replican todas las emisoras, especialmente las marítimas. Recomiendan que cualquier barco que fondee en alguna bahía para protegerse del temporal que viene. Si esto es alarmante para barcos y bases antárticas, imaginaos, nosotros en tienda de campaña y explorando un lugar absolutamente desconocido para nosotros.
Decidimos que hay que huir de allí, y de escalar una montaña ni de bromas, sería prácticamente una sentencia de muerte. Ahora sabemos por qué hay tan pocas montañas escaladas en la Antártida y las que están, muy poco repetidas. Para escalar aquí hay que tener mucho tiempo y más equipo sin duda, por lo que nuestra decisión de la travesía ha sido perfecta, y sin duda es la manera donde más podemos disfrutar, aunque ahora estamos un poco “acojonados”.
Salimos pitando afinando aun más cada movimiento, y escogiendo la mejor ruta que nos permita llegar a la Base Antártica Española. A pesar de esta predicción tan nefasta que nos han dado, disfrutamos de lo lindo con los paisajes que para no ponerme pesado os diré que inigualables. Alcanzamos un collado desde el que veíamos el mar a ambos lados de la isla, unas distancias gigantes, y por encima de nosotros un “lío” de nubes que pasan a una velocidad vertiginosa, las corrientes de aire están cada vez más cerca, y eso que lo “gordo” está por llegar.
Después de muchas horas y unos cuantos días cansados divisamos unas antenas en un glaciar. ¡¡Sin duda por aquí tiene que habitar humanos!!
Sinceramente, nos costó bastante localizar el punto exacto donde estaba la base antártica Española, pues desde la altura por la que transitamos no hay visión panorámica de lo que tenemos debajo, y si decidimos descender y nos equivocamos de punto, lo podemos hacer a uno de los innumerables muros de hielo que caen literalmente al mar, y por ahí imposible alcanzar la costa. Es imperativo acertar con el punto exacto del descenso, y eso no resulto fácil, pero más o menos acertamos, y ¡¡ya está!! Vemos nuestra base, y lo digo con orgullo. Es emotivo llegar caminando en mitad de la nada en un lugar tan brutal de belleza y saber que esos módulos de color rojo que tenemos a nuestros pies es ¡¡La Base Española Antártica Juan Carlos I!!
Desafío Conseguido y casi como en casa.