Tengo un reloj Suunto que en su último modelo, te anuncia una función qua hasta entonces desconocía: a las 5 de la madrugada se activa una alarma y un mensaje aparece en la pantalla digital: “tormenta próxima”. Me pregunto qué es eso, y rápidamente lo entiendo. A las 9 de la mañana empieza un
temporal increíble de lluvia muy intensa y sin parar, luego el viento sopla con furia, y da la sensación que el cielo se viene encima. Esto es lo que nos espera para casi todos los días. Temporales que llegan desde la Antártida, a tan solo 1000 km de distancia.
Toca ensillar los caballos y organizar las cargas. Resultó una tarea complicadísima, y Anamy todavía no tiene la experiencia necesaria, resulta engorrosa y con cierto peligro, pues nada más empezar la travesía, el caballo de Matías le tira de una manera espectacular. Ese era el comienzo de una pesadilla que duraría horas. Los caballos tiraban continuamente la carga, se volvían medio locos y daban patadas a diestro y siniestro. Había que sortearlas como podías, era una locura de patadas por todas partes.
Los caballos son salvajes, los ha cazado José a lazo, y él mismo los domestica, no siempre con el éxito deseado. Así avanzamos a trancas y barrancas los diez caballos, dos potrillos y una jauría de perros.
Tenemos que pasar túrbales, que son unos musgos que se acumulan unos encima de los otros y se encharcan de agua por lo que te hundes hasta la rodilla. Luego cruzamos a caballo varios ríos, hasta la panza del caballo, nos perdimos varias veces en los tupidos bosques, tuvimos que encontrar el camino correcto en el laberinto de castoreas, que todo lo inundan. Los mosquitos son tan voraces que nos han comido vivos. Soplaba un viento de más de 50 km/h y llovía sin cesar, aun así la voracidad de estos mosquitos gigantes nos atacaban, obligándonos a cubrirnos con ropa hasta las cejas.
Estábamos al límite de abandonar y planear otra estrategia: empapados de agua, entumecidos por el frío y el viento, los caballos anárquicos nos han hecho sufrir hasta decir basta, y cada accidente geográfico en estas condiciones parecía casi insalvable. Hemos tardado no sé cuantas horas en llegar a los
glaciares, donde hemos instalado el campamento: tres pequeñas tiendas de campaña. Estamos muy cansados, de tanta tensión con los caballos y, para colmo, Matías y Nacho se perdieron y tardaron en aparecer en el campamento, aunque sin ninguna novedad. En fin, que estamos los siete dentro de la misma tienda cenando e intentando entrar en calor. ¡¡Estamos reventados del jodido caballo!!
Pero a partir de mañana empieza lo peor, la verdadera dureza: entramos en la zona de los glaciares, y la ruta que seguiremos apunta muy alto, desde la escalada al monte Caledonia, hasta la exploración y apertura de un nuevo territorio glaciar aún sin explorar.
Por delante un basto territorio, lleno de belleza, pero también de trampas y pasajes complicados. Pero a eso hemos venido, a la pura y auténtica aventura salvaje. Estar atentos que esto promete…
Jesús Calleja desde la tierra del fin del mundo.