Hace una semana vine a Mallorca porque unos pescadores se pusieron en contacto conmigo para decirme que habían sacado con sus anzuelos dos cuellos de ánfora del fondo del mar. Eso podía significar que ahí abajo había un pecio romano, uno del que nadie tiene noticia, y sería un descubrimiento formidable. También podía ser que la corriente hubiese arrastrado los restos desde otro lugar y allí no hubiese nada. ¡Era un misterio que había que resolver! Llamé a mis amigos Óscar y María y nos pusimos manos a la obra.
Como somos novatos en la búsqueda de tesoros arqueológicos sumergidos hemos hecho una investigación previa. Hemos hablado con técnicos de Patrimoni Balear, con un anticuario, con un arqueólogo, y con la directora del Museu de Mallorca, que nos ha mostrado objetos increíbles que normalmente no pueden ver los turistas, como el depósito donde guardan 1.000 ánforas antiguas.
Dos cosas me han quedado claras. Lo primero, que las Islas Baleares eran importantísimas para los romanos, los griegos y los fenicios en su ruta hacia la Península, o cuando venían para aprovisionarse, y aquí les sorprendían tormentas que les empujaban contra los acantilados. Y menudos temporales se forman; a nosotros nos ha pillado uno bestial estos días, parecía el Cantábrico en invierno, no podíamos salir al mar, pensábamos que tendríamos que cancelar nuestra búsqueda; no me extraña que los barcos antiguos, de madera y sin motor, acabaran naufragando. Por eso hay tantos, unos dicen que 500, otros que 1.000, nadie está seguro. Lo segundo que tengo claro es que todos los pecios han sido expoliados. No han dejado nada. Antiguamente los pescadores se llevaban a casa las ánforas que encontraban, no existía el concepto de proteger el patrimonio. Ahora la ley prohíbe tocar los pecios, pero el expolio continúa porque hay un mercado negro donde se llega a pagar 3.000 euros por un ánfora.
Entre que el mar destruye la madera de los barcos y que los piratas roban las ánforas, la verdad es que los pecios que hemos visto han sido decepcionantes. Ayer buceamos con el Grupo Especial de Actividades Subacuáticas (GEAS) de la Guardia Civil en el Parque Nacional de Cabrera, donde están los pecios mejor conservados de Mallorca. Todo el mundo estaba excitadísimo con lo que vimos, pero yo me esperaba algo más que cuatro ánforas romanas, y dos anclas de un barco de la Guerra de la Independencia. ¡Hay que tener mucha imaginación para ver ahí un navío! Sé que esos restos son un gran tesoro arqueológico que permiten estudiar el tráfico marítimo por estas costas, saber cómo y qué transportaban, en fin, mucha información valiosísima para entender el pasado. Pero a la vista son cuatro ánforas.
Según Óscar, la zona donde vamos a buscar el pecio desconocido tiene una profundidad de 60 metros, así que me tenía que poner las pilas y hacer un curso de buceo técnico. ¡Iba a batir mi propio récord de permanencia a esa profundidad! Durante dos días Óscar y María me han dado un curso muy complejo, basado en la relajación absoluta. Es un curso zen para no ponerte nervioso bajo ninguna circunstancia. He cambiado radicalmente mi forma de bucear, de gestionar el consumo de aire, la flotabilidad, el aleteo, es como aprenderlo todo de nuevo. Un día Óscar me arrancó de golpe las gafas y tuve que hacer todo tipo de maniobras complicadas durante 25 minutos a tientas, ¡completamente ciego y muy concentrado para no respirar por la nariz! Era muy, muy muy, estresante y por eso era fundamental aplicar la relajación que me habían enseñado. Ahí, o estás zen o te vas al fondo.
Hoy me tocaba el examen del curso. Si no lo aprobaba no podría ir a buscar el tesoro sumergido. ¡Qué nervios! Nuestro objetivo era un submarino español de la serie B (se construyeron seis, este fue el primero), botado en 1921 y hundido en 1949 tras un accidente. Teníamos que bajar a 53 metros, a esa profundidad los errores te pueden provocar un síndrome de descompresión muy doloroso… o mortal. Bajar hasta ahí es como tirarse en paracaídas, la sensación de hundirse en el Gran Azul es brutal, y de pronto ves aparecer ese monstruo de acero. Teníamos una visibilidad increíble, se veía la torreta, los agujeros de los lanzatorpedos, el boquete en el costado que lo hundió. Dice Óscar que nunca ha grabado unas imágenes del submarino más impactantes que estas. Pero eso no era lo mejor, a 53 metros María y Oscar me dieron la mano superemocionados… ¡había aprobado! ¡Podíamos buscar el misterioso barco hundido!
Ayer, mientras hacíamos el curso, tuve un buen presagio; nada más tirarme al agua me encontré en mitad del mar un euro. ¡Mañana no podemos fallar!