Los mares más terribles del planeta (1 de 3)
En la anterior crónica empezaba la navegación por el Paso de Drake, y resultó peor de lo que me habían avisado…
Imaginaos que os movéis de izquierda a derecha cada cinco segundos y os inclináis unos 50 o 60º, y después viene otra ola retorcida que te ataca por detrás o por delante y te frena en seco mientras una tercera ola te ataca de lado, resultado: el barco se retuerce 60 grados a babor, y mete literalmente la proa en el negro océano, y dicha ola pasa por encima de la proa y alcanza en algunas ocasiones el puente. ¡¡Medio barco se sumerge en el oscuro mar de Drake!! Y nosotros dentro.
Así una y otra vez, con la ritual cadencia se producen estos impresionantes meneos del velero Australis, el velero que nos lleva rumbo a la Antártida.
Pues qué os voy a decir, que para los que no estamos acostumbrados tanto al mar, esto resulta terrible. Primero pasas sorpresa, después miedo, esto no parece lógico. Yo pensaba que los barcos flotaban y navegaban, pero aquí esa norma no se cumple, en el Paso de Drake los barcos medio flotan, se sumergen, y mal navegan.
Mi consuelo es ver la cara del capitán que da la sensación de haberse curtido en mil y una batallas como esta, sin inmutarse, aunque le bombardeo continuamente con preguntas: ¿todo va bien...? Y mi obsesión es pedir los partes meteorológicos, a ver si esto se calma, pero me dice que estamos en medio de una borrasca ciclónica y disfrutaremos de diferentes cambios de dirección del viento a medida que avanzamos, e incluso pueden azotarnos rachas de cerca de los 100 kilómetros por hora. Según Roger lo normal por estas latitudes.
Será normal para él, porque los demás vagamos por el barco como zombis, intentando levantarnos de las literas para no sé cómo caminar por el pasillo, unos al baño a seguir vomitando, y otros al menos subir al puente a ver algo o a refrescarte la mente, pues estamos aturdidos del mareo continuo. En una palabra ¡¡¡¡HORROROSO!!!
Desde el puente de mando la sensación de que vamos a darnos la vuelta en cualquier momento es más evidente, pues allí al estar más alto, se mueve aun más, y el horizonte se llega a poner tan inclinado que da la sensación que nos iremos a fondo. Llueve, diluvia, y no se ve nada, excepto el mar que pasa de lado a lado por nuestra proa. El capitán enciende el radar para poder ver en las tinieblas y en esta vorágine de vientos y gigantescas olas.
Empiezo a pensar que ha sido una mala idea esta expedición. No hay quien se acostumbre a este delirio marino. Se nos ha desdibujado la sonrisa de las caras, sólo sobrevivimos, hablando lo mínimo para no vomitar. Sólo queremos irnos a la cama, pero tampoco puede ser. El capitán solo, con la ayuda de Any, no pueden hacer todas las guardias y tareas. Por lo que nos piden ayuda a nosotros. Nos ha asignado guardias cada dos horas. Las peores las de la noche.
Tenemos que controlar sobre todo el radar que no aparezcan icebergs en mitad de la noche, la temperatura del motor y generadores, y estar atentos a que no se desconecte el piloto automático en un golpe de mar. También es importante no salirnos de rumbo en el ploter digital del barco (un mapa que aparece en un monitor y que registra el rumbo del barco).
Hemos recibido instrucciones muy claras de que tenemos que controlar, además le he pedido al capitán que me enseñe todo sobre navegar en este barco, y él se lo ha tomado al pie de la letra y me llama para cada tarea. A buenas horas se lo he dicho, porque el tío me saca de la cama a horas intempestiva para colocar velas u otras tareas. Se ha tomado muy en serio explicarme todo como si fuera su hijo, algo que agradezco, aunque las guardias nocturnas son insoportables pues no puedes fijar la vista en el horizonte al ser de noche y me mareo terriblemente.
Nacho nuestro amigo es el más sufridor en este aspecto, pues se coge voluntariamente las perores guardias, algo que yo personalmente agradezco. Emilio suele levantarse hacia las 5 ó 6 de la madrugada para hacer su guardia y de paso filma el amanecer. Es increíble mi amigo Emilio Valdés, es un compañero fiel, y el único cámara del que dispongo en mis expediciones, se lo “curra” como el que más.