Ascendemos por un frente de morrena glaciar, que da paso a un pequeño lago, remontamos otra más pequeña y aparece para nuestra desgracia una turbera muy amplia asociada a castoreras. Las turberas son un popurrí de restos orgánicos en descomposición desde hace 4000 a 5000 años, que no se llegan a descomponer del todo pues las bajas temperaturas y la excesiva acidez de esta agua, hace que crezcan sobre esta masa orgánica pequeños juncos, líquenes y musgos. Una característica de las turberas es que siempre están inundadas de agua, y mas si en los bordes los castores hacen de las suyas, construyendo enormes diques que aún anegan más esta especie de pastizales profundos.
Conclusión todos nos hemos mojado hasta las rodillas, y lo peor es que el calzado chorrea agua y a donde vamos no hay leña para hacer agua. Si alguien nos viera lo que padecimos cruzando este pantano con el agua y los líquenes escurriéndosenos desde las rodillas, y donde las botas no las ves nunca, siempre están sumergidas bajo el agua y musgos. Es agotador dar un paso, pues todo el conjunto te hace ventosa. Luego como no, los enormes mosquitos aparecen de la nada pues su instinto “cabroncete” de chupadores de sangre, es irrefrenable e insaciable. Son nubes de “chupadores” que no cesan en su empeño aunque les espantes continuamente, les insultes y chilles del cabreo que coges. Estás en su territorio y este es el peaje que hay que pagar. Una hora y media de sufrimiento de turbera, ni a Maquiavelo se le hubiera ocurrido.
Abatidos nos dejamos caer en la otra orilla de la turbera, reventados por el peso de la mochila, las numerosas picaduras, y de tener de rodilla para abajo todo empapado y lleno de vegetales en semi-descomposición. Lo peor como secar el calzado, pues en solo 24 horas tendremos que estar escalando los glaciares de más arriba. Dejando este problema a un lado, tenemos que concentrarnos en continuar, y así lo hacemos. Ahora hay que entrar al glaciar que se descuelga de este mágico circo de montañas verticales por el lado derecho, para sortear los numerosos laguitos que este hace en su frente de ruptura. Es un caos de piedras y rocas en continuo movimiento, que amenaza con venirte algún bólido de cualquier tamaño y peso desde las escarpadas paredes degolladas por la abrasión del avance del glaciar. Aquí es recomendable estar el menor tiempo posible, pues los desprendimientos son continuos.
Por fin encontramos una salida al laberinto de posibilidades, y acertamos a cruzar al otro lado. Ahora a remontar la ladera del glaciar, escarpada y muy inclinada. Tenemos que ir en diagonal para no apedrear al compañero si ascendiéramos en vertical, pues damos un paso adelante y dos para atrás. Alcanzamos el borde de la morrena, y aparecen de nuevo las lengas y ñires, e intuimos una pequeña senda de guanacos, que como sabéis son una especie de llama. Este sendero va justo por el filo de la morrena, con unas vistas irreales del circo glaciar y los montes Bobe, Roncali, Gemini y Caledonia, son un paisaje soberbio.