De este modo durante al menos 10 grietas que escalamos, descendemos, escalamos, descendemos, alcanzamos la parte de rocas del riñón oeste del glaciar, ¡y ya está¡. Hemos llegado a un lugar seguro. Ha habido suerte tenemos la ruta despejada y ahora las grietas son fáciles. Descendemos les damos la buena noticia a nuestros compañeros, y cuando nos reunimos con ellos, le vemos a Kike disfrutando de las verticales paredes de hielo, nos dice que así el también se entrenara. Entre todos progresamos de nuevo por estos verticales pináculos, escalándolos, pero esta vez con la ayuda todo nuestro material de escalada: tornillos de hielo, estacas de aluminio, cuerdas, etc... Hacemos lo que los alpinistas llamamos “reuniones”, lugares que aseguramos firmemente y desde donde ayudamos al compañero que viene en nuestra cordada. De esta manera escalamos con seguridad, pues las mochilas son muy pesadas, y un desequilibrio nos llevaría al vacío. Todos reunidos en la morrena, progresamos hasta un sector más fácil donde avanzamos más deprisa. Hemos empleado mucho tiempo, y energías. De nuevo intuimos otra sección del glaciar complicada, y también de esta parte de la morrena glaciar. Al llegar a este lugar nos damos cuenta que es mas complicado que el otro. ¡Este si que es difícil!
Utilizamos la misma técnica: quitarnos las mochilas, descansar los compañeros, y en este caso Luis Turi explorara por el interior de estas moles de hielo azul que se alzan verticales como agujas, Kike y yo exploraremos el sector derecho que rompe contra el granito vertical. Luís nos dice que por su lado imposible, no hay paso. Kike y yo avanzamos a duras penas por témpanos de hielo a punto de resquebrajarse a nuestro paso. Son pequeñísimos puentes de hielo que parecen estar soldados por un frágil pegamento del mismo hielo. Pisamos con mucho cuidado: primero un pie casi posado, después el otro con suma delicadeza, y así avanzamos a duras penas. Encima de nosotros hay una cornisa de unos 60 metros de largo que como una espada de Damocles amenaza con derrumbarse y venirse encima de mi hermano y mío.
Kike ya avisó que no le gustaba nada, y le da mala espina, aun así, es tanta la necesidad de encontrar un paso que arriesgamos mas de lo debido. Logramos alcanzar una rampa que da la sensación de abrirnos el itinerario, pero… ¡no! es fallido. Por aquí tampoco hay salida. Tengo que retirarme de este laberinto de témpanos que se sujetan en precario equilibrio, y que cada día cambian de posición, pues el glaciar esta muy vivo y se mueve algunos centímetros al día, que es mucho en este caos de hielo, y lo suficiente para desarmar este jeroglífico de pináculos helados.
Desandamos el camino que Kike e investigamos, derrotados nos reencontramos con nuestros amigos. Justo en ese momento, y en un solo minuto se desprende con un ruido ensordecedor la cornisa de nieve, por donde acabábamos mi hermano y yo de pasar, miles de toneladas de nieve nos habrían aplastado. Estamos todos atónitos, y con un susto en el cuerpo del que tardamos en recuperarnos. ¡Ha sido solo un minuto!. Ya todo da igual después de salvarnos de este derrumbe.
Dudas, indecisión y muy cansados, el día se nos esta echando encima y estamos atascados sin posibilidad de avanzar. En un primer momento Emito, Luis Turi y yo, decidimos retroceder unos metros y intentar escalar las descarnadas paredes de granito, que amenaza con desprendernos continuamente rocas del tamaño de una lavadora. Todo aquí es un tremendo caos, y la fuerza del glaciar lo destroza todo. Es un mundo inestable. Ascendemos a penas 100 metros y vemos a lo largo, muy lejos, que el glaciar parece mas franco, con menor numero de grietas, pero lo vemos tan lejos que es una indecisión si bajarnos e intentarlo por esa ruta que intuimos posible.