Hola otra vez. Voy a relataros ahora las peripecias que sufrimos para llegar al campo base del volcán Sangay.
Al principio caminábamos, como decía, muy motivados. No llovía pero la situación cambió y empezó a diluviar. Cruzamos zonas pantanosas, llenas de barro por todas partes. Nos acompaña un guía de la zona que se llama Ángel y dos arrieros, padre e hijo. El primero se llama, o mejor dicho le llaman, Don Manuelito y su hijo Cléber, que le bautizó así porque le gustó ese nombre, ¡y ya está! Ellos serán nuestros ojos para llegar al volcán, que se encuentra en un lugar completamente aislado y remoto, en la frontera entre la cordillera andina y la selva. Una de sus laderas se descuelga hasta la selva y es todavía virgen, nadie conoce ninguna ruta por ese lado. Sólo se ha ascendido por la cara que nosotros hemos escogido.
El día continúa monótono, barro, más barro y lluvia tropical. Después de 6 horas acampamos, en un páramo, donde hay una pequeña isla de hierba baja, en otro sitio es imposible. Vamos ataviados con botas de caucho y ropa que, en principio, es a prueba de lluvia, aunque dudo mucho que soporten la que nos esta cayendo encima.
Montar la tienda de campaña con tanta agua en el suelo y lluvia continua es todo un reto, todo se moja. Descansamos bien, a las 7 de la mañana nos levantamos y a las 8.30 en marcha. Hoy el día será durísimo, unas 10 horas ascendiendo a más de 4.000 metros, en nuestro segundo día sin aclimatación. A más de 4.000 metros de altura sentimos frío y hay mucha humedad. Las horas pasan, estamos calados hasta los huesos y la lluvia, cada vez más fuerte, nos moja toda la ropa. La hierba es tan alta que nos humedece aun más. Aun así, al cabo de 10 horas llegamos al campamento. Estamos tan reventados, que decidimos dormir en la única cabaña que hay en este lugar llamado Plaza Pamba. Pero antes nos sorprende la visión a tan solo 30 metros de una pareja de lobos. Ángel apostilla: ‘Son lobos, pero no os tienen que preocupar, otra cosa sería si viéramos al jaguar o al puma, que aquí son frecuentes’. No respondo, me voy directamente a la cabaña a ver si seco el maltrecho cuerpo. Todos estamos muy cansados, desde Cléber el más joven, hasta su padre con sus ¡66 años!
Pasamos la noche descansando como niños. Por la mañana, se repite la rutina de todos los días y de nuevo en marcha. Fue un día tremendo, estuve a punto de tirar la toalla, una jornada extenuante. No sé las horas que hemos caminado, se me ha hecho interminable pero, lo peor, aunque lo más hermoso, es el cambio repentino del paisaje. Ahora todo es jungla, llena de vegetación que te hace la vida imposible. Continuamente hay que ascender y descender laderas tupidas de vegetación y no hay ninguna senda. Gracias a Ángel, encontramos la ruta adecuada, tras pasar mil y una calamidades. El fango ahora es exagerado, al aproximarnos al volcán es ceniza mojada. Nos hundimos hasta más arriba de las rodillas, hay recodos en los que las cenizas tienen un espesor de tres metros. Para rematar el día hay que cruzar 18 veces los ríos y, por si esto fuera poco, llegamos a lugares que son verdaderas nubes de mosquitos que pican insaciablemente. Los lugareños lo llaman “arenillas” y sus picaduras escuecen como las ortigas. Y sigue lloviendo, aún más. He llegado casi al límite de lo soportable. Comentamos que es de las veces que más hemos sufrido en una ruta. Es espantoso. ¿Qué más nos puede pasar? Continuamos sin hablar hasta casi el anochecer, que llegamos por fin al campo base del volcán Sangay. Nuestros amigos nos preparan algo caliente y nos cambiamos de ropa. Don Manuelito sale de la pequeña cabaña (construida entre cenizas compactadas y palos unos junto a otros) y nos grita: ¡Salid! ¡Salid! ¡Se ve el volcán! Pensamos que es broma, pero es la primera vez desde que estamos en Ecuador que sale medianamente el sol y vemos perfectamente el Volcán Sangay.
¡Es espectacular! ¡Increíble! perfectamente cónico, muy vertical, a media ladera está cubierto de nieve, se ve muy bien la línea de vegetación y la lava y en la parte más alta, una enorme fumarola que alcanza más de 500 metros de altura. Echa bocanadas gigantes de gases, humo, piedras. Don Ángel nos dice que es muy peligroso llegar a la cima de este volcán en estas condiciones. Pero lo vamos a intentar, queremos llegar al primer cráter, que está casi a la misma altura del segundo y del tercero. Todo dependerá de las condiciones del volcán, si se pone muy explosivo, daremos media vuelta y retornaremos a la carrera al campo base.
Esta noche, o mañana, intentaremos la peligrosísima cima. Tres puros cráteres activos que expulsan rocas, piedras y, sobre todo, gases muy tóxicos. Confiemos en las buenas y expertas artes de Don Ángel para esquivar los peligros y llegar, y sobre todo regresar vivos de esta expedición.
Os prometo unas secuencias impactantes con nuestras cámaras, la de Emilio y la mía, que pronto veréis en la segunda parte de ‘Desafío Extremo’.
Estad atentos que esto promete mucha acción.
Jesús Calleja desde las mismísimas puertas del infierno.