12 de julio, Snertse
Hola amigos, han pasado muchos días desde la última crónica, pero de verdad es complejo encontrar un rato libre para contaros esta aventura en Himalaya. Somos muchos y nos suceden muchas cosas continuamente. Desde Randung Gonpa, el valle desde el cual arrancamos el trekking y desde el que os escribí la crónica anterior, hemos avanzado lentamente hacia el interior de las altas montañas de esta cordillera del Karakorum. En esa jornada todavía hay camino transitable, aunque lleno de polvo y obstáculos, y seguimos traqueteando en los autobuses. Horas de conducción a 30 Km/h, arenilla y baches, de caminos difíciles y pasos de río que nos encogen el corazón porque no vemos la profundidad y si nos detiene todo se va al garete, nos conducen hasta Padum, la capital del valle de Zanskar; una aldea con una calle principal en la que se agolpan todas los comercios. Es nuestra última oportunidad para llamar desde un pequeño locutorio/tienda de comestibes y el equipo forma una cola curiosa en su puerta. Avanzamos por la tarde hasta Zangla, una aldea pequeña que apenas visitamos pues nuestro campamento se halla a las afueras. Es nuestra segunda noche en tiendas de campaña, y los aspirantes a montañeros resisten bien, a pesar de que para algunos es una novedad absoluta. Pero de ellos no os voy a desvelar casi nada en estas crónicas para que les conozcáis vosotros mismos en los episodios que veréis en Cuatro. Es muy impactante verlos enfrentados a tantas novedades, e ir descubriendo quiénes son y por qué están aquí, viviendo este viaje radical que sin duda va a suponer un antes y un después en sus vidas.
Desde Zangla arrancamos el camino encima de un caballo. Nos quedan muchos días de trekking y queremos variar esta jornada para evitar, en la medida de lo posible, la rutina de los días largos de andar que nos esperan. Los animales en estas tierras son bajitos, y aquí no usan monturas, por lo que nuestras posaderas tienen que encajarse en la dura barra de madera que usan para atar los bultos que transportan. Es una experiencia más bien penosa, así que en Pidmo cambiamos de idea y abandonamos las monturas.
En este lugar, Pidmo, hago un recado importante. Cuando hice la ruta del Chadar, el río helado de Zanskar, con mi cámara y amigo Emilio Valdés, hace un año y medio, pasamos por esta misma aldea y tras ser alojados por el maestro, este nos pidió que si volvíamos alguna vez, le trajéramos de León unas gafas para ver de cerca. Es un hombre ilustrado, el maestro, y para él era un suplicio perder la capacidad de lectura. Nos conmovió que pensara que íbamos a volver alguna vez a este remotísimo lugar. Y el paisano tenía razón, ¡volvimos! Al vernos se ha acordado perfectamente de nosotros, y cuando le hemos entregado las gafas, se ha emocionado un montón. Hemos tomado té en su casa y después nos ha enseñado la escuela. Es increíble tener amigos en lugares tan remotos. Al despedirnos, me pide que la próxima vez que pase por aquí le traiga un reloj, ¡la verdad es que después de las gafas, me cree capaz de todo.! Tendríais que ver Pidmo. Es una aldea construida en un secarral con casas tibetanas en las que en el techo almacenan las ramas que en invierno serán el combustible para cocina y calentar. No hay más que un arroyo, y pequeñas parcelitas verdes arrancadas con mucho esfuerzo donde cultivan la cebada para los animales, en los lindes del pueblo. Carecen de todo lo que nosotros entendemos por confort, pero viven en un escenario tan impactante, rodeados por montañas de más de cinco mil metros, que en realidad son muy afortunados.
Tras conocer cómo viven las familias zansakaríes, seguimos nuestro trekking hasta el campamento de Hannomur, una caminata de tres horas para desentumecer las piernas después de tanto autobús, a través del cauce del río Zanskar. Cruzamos por tres estupas, pequeños monumentos blancos que significan los estados de la materia y que construyen en mitad de los campos. El camino es un sendero estrecho al borde del río, bastante llano. Al llegar subimos un terraplén, cruzamos un puente y alcanzamos un pequeño prado con casas, en una zona fresca y verde que se te antoja un paraíso cuando llegas del seco y polvoriento sendero. El campamento tiene un arroyo y aprovechamos para lavarnos ¡por primer vez en seis días!
Por la mañana afrontamos de verdad el duro y largo trekking que nos espera. No lo sabe nadie al arrancar, y yo lo voy recordando a medida que avanzo. Hace 15 años que no realizaba esta ruta. Esta jornada es larguísima y muchos van a flipar. Espero que todos lo resistan. Yo no sé si temo más por los aspirantes que nos acompañan o por el equipo de la tele que tiene que hacer esto, y encima grabar y trabajar a destajo. Avanzamos los chicos y yo por delante, y el resto del equipo sale atrás. La primera parte de la jornada es suave, subimos lentamente por una ladera ancha, siempre bordeando el río Zanskar. A las tres horas, aproximadamente, el sendero del borde del río comienza a tomar altura. Poco a poco se empina y endurece, y la ladera que nos queda a la derecha es cada vez más alta y provoca vértigo entre los más novatos. Si te resbala un pie, te puedes ir directo al río a ochocientos metros, por ejemplo. El cauce del río es ancho y el agua baja ruidosa y con fuerza. Así subimos y bajamos collados “rompe piernas”, por senderos de apenas dos palmos de ancho cuyo lado izquierdo es un cortante vertical que se precipita al río, a muchos metros de altura. Corta la respiración a quien no esté acostumbrado, y los aspirantes avanzan con cara de espanto. El paisaje es grandioso, la altura de las paredes que se levantan mientras caminamos supera los cinco mil metros. Con la mirada puesta en las botas del de delante, todos ellos incapaces de fijar la vista en el precipicio que tenemos a sólo un palmo de nuestros pies, resoplando y alucinando de lo duro y largo que es, llegamos a alcanzar un collado de 4800 metros de altura.
Durante este agotador ascenso crece la inquietud, pues los caballos que llevan nuestros petates, los equipos técnicos, las cocinas y cacharros, en fin, todo, no nos adelantan como debieran hacer. Por tanto, tenemos problemas. Aún no sé de qué calibre, pero pronto lo descubriremos. Después de un agotador descenso, llegamos a nuestro nuevo campamento, Snertse. No hay nadie. El grupo que va por detrás tampoco ve nada en las montañas que entran en su visual. Aquí no se puede hacer mucho, así que nos relajamos, y enviamos a los aspirantes a que se busquen la vida en el campamento, en el que hay algunas tiendas de gentes locales, por si acaso necesitan un lugar donde dormir. Dos horas después, ya retirado el sol, llegan los “horse man” con cara de espanto; un caballo ha perdido el equilibrio en el sendero estrecho y se ha precipitado 800 metros hasta ser engullido por las aguas bravas del rio Zanskar. Les preguntamos qué llevaba el pobre animal y nos dicen que dos petates rojos. Todos nos giramos a ver las caras de Kike y Emilio. Los suyos eran los únicos rojos de toda la expedición. Preocupados, luego resignados, se zampan la noticia con mucha deportividad. La verdad, sin que me escuchen, es que menos mal que han sido ellos, que son grandes montañeros. Ocurre esto a nuestros amigos del staff de la tele o a nuestros aspirantes y se convierte en una tragedia colosal. Amigos, ¡esto es la aventura y nos puede ocurrir de todo! Hemos de dar gracias de que ninguno de nosotros rodara por el precipicio. Seguiremos informando desde el corazón salvaje del Tibet.