Os recuerdo que estamos en el archipiélago de las islas Vanuatu, en busca de los volcanes con lava más activa del mundo, pero sobre todo los que más gases venenosos expulsan a la atmósfera de todo el planeta. Aquí estará nuestro siguiente Desafío Extremo. Nada más llegar al campo base, nos damos cuenta que este Desafío va a resultar mucho más difícil de lo que esperamos.
Lo más sorprendente es que nada más salir de la selva aparece la gran caldera de 12 kilómetros de ancho, que se extiende como un desierto de destrucción y en la que sopla un constante viento. No es un viento normal, es racheado, sopla muy de lado y es fortísimo. Lo normal es que sople sobre los 60 a 70 kilómetros continuamente, y por si esto fuera poco, la lluvia cae las 24 horas del día. Este extraño fenómeno que se produce durante los 365 días al año, es debido a la interacción de los volcanes.
Estos cráteres expulsan tantas toneladas de vapores y gases altamente tóxicos que, al entrar en contacto con la atmósfera cargada a su vez de humedad (estamos en pleno trópico), hace que casi al mismo tiempo se produzcan precipitaciones torrenciales y vientos de convección que entran y salen de los profundos cráteres. Estos vientos se van acelerando hasta alcanzar en ocasiones los 100 kilómetros por hora con ráfagas de hasta 130. Es como estar metido en una auténtica locura de destrucción. Además las columnas de gases se elevan hasta los 15 kilómetros de altitud, generando en ocasiones aparato eléctrico encima de los mismos cráteres. A esto hay que sumar que lo que expulsan estos cuatro cráteres, son los gases mas venenosos que existen, que al mezclarse con el agua de la lluvia se convierten en más peligrosos aún. El producto derivado es autentico ácido sulfúrico y ácido clorhídrico, que vuelve a precipitarse en las inmediaciones del cráter y, si los vientos son predominantes, siembra toda la isla de este mortal líquido, aniquilando cualquier signo de vida y obligando en diferentes ocasiones a que sus habitantes emigren a otros lugares. Y nosotros pasaremos una semana junto a ellos en su misma base.
Según nos cuenta John, nuestro vulcanólogo guía de Australia, diariamente se expulsan miles de toneladas de estos gases, los más peligroso y mortíferos, y sólo gracias al fortísimo viento, podemos sobrevivir, ya que insufla en esta mezcla letal el oxígeno vital para respirar. Si no fuera por estos vientos, desde donde os escribo esta crónica estaríamos todos muertos, pues nos encontramos a tan sólo cuatro kilómetros de los cráteres, y las columnas de gases tóxicos pasan por encima de nuestras cabezas, arrastrados por los vendavales. Si el viento se parase, los gases descenderían encima de nosotros al ser más pesados y nos matarían en pocos minutos. En fin, que la muerte sobrevuela el campamento y rezamos para que el viento no cese ni un instante.
Otra curiosidad de estos volcanes es que la placa Australiana y la pacífica chocan una sobre la otra a tan sólo 100 kilómetros de este punto, que se llama “cinturón de fuego del Pacífico”. La placa Australiana desciende en la colisión hasta los 200 kilómetros bajo tierra y, en ese movimiento, se cuelan millones de toneladas de agua marina salada, que interacciona con el magma. Esta es la razón por la que en estos volcanes los gases sean tan tóxicos.
A estas curiosidades también hay que añadir que en el magma se han fusionado muchos metales y minerales, entre ellos, gran número de radiactivos, como uranio, y radón, por lo que toda la zona en la que estamos acampados, es radiactiva. La ceniza que todo lo cubre da fuertes valores en los aparatos que miden la radiactividad. Sin duda el lugar es terrible, no apto para la vida. Ni al mismísimo Dante se le hubiera ocurrido un escenario tan letal, y horrendo.
Pues aquí, amigos, estamos Emilio, Kike, la persona “X”, ganadora del “Desafío en Himalaya”, y el que os escribe, acampados a tan sólo cuatro kilómetros del primer cráter, y seis del último. Son cuatro los cráteres, dos pequeños, explosivos, y dos grandes, que alojan gran cantidad de magma en su fondo.
Ayer hicimos la primera incursión hacia los cráteres. Si tengo que ser sincero, estábamos “cagaditos de miedo”, porque el escenario es de muerte y destrucción.
Nos equipamos con nuestros mejores trajes de agua, botas, etc.., y nos pusimos en marcha, en dirección al cráter Marum, cuyo diámetro es de un kilómetro, y casi 400 metros de profundidad. El camino desde el campo base hasta su cima nos llevó dos horas, ¡pero qué dos horas! Llovía de una manera bestial, el viento no nos dejaba casi entendernos al hablar, el suelo era un mar de cenizas y piedras que los volcanes habían expulsado. No hay vida, y la sensación es la de estar en otro planeta.