El infierno existe (2 de 4)
Avanzamos bien juntos, porque a medida que te acercas a los cráteres la lluvia es más intensa y la visibilidad se reducía. Además no nos separábamos de John ni un palmo. Esto para nosotros es demasiado novedoso, no sabemos el efecto de los gases en nuestro organismo y ni tan siquiera todos los potenciales peligros que están a nuestro alrededor.
John y el otro guía local que se llama Jesús como yo, nos guiaban con paso firme, hasta que nos agarraron por lo brazos y nos ordenaron ponernos urgentemente las máscaras de gas. Levanto la vista (voy mirando hacia abajo para protegerme del intenso aguacero) y veo una gran masa de nubes blancas que vienen hacia nosotros a gran velocidad… John grita que vienen gases muy tóxicos y se afana en sacar rápido las máscaras de las mochilas. Nos las pone precipitadamente, sin explicarnos su uso y en efecto, las nubes llegan hasta nosotros y sentimos calor y un extraño olor que traspasa los dos filtros paralelos que tienen las mascaras. Después, más tranquilo, nos explica su uso y nos da instrucciones: lo que se nos ha echado encima son nubes de ácido sulfúrico y algo de clorhídrico, son espesas, blancas intensas, y se mueven a gran velocidad. Estas serán nuestro enemigo número uno o mejor dicho el enemigo número dos, porque el uno son las nubes azules que son prácticamente letales y mejor es que ni las veamos, aunque pululan por todos lados.
A medida que nos acercamos a los cráteres el picor de ojos se hace casi insoportable, es como si nos metieran vinagre en los ojos, aunque a mí me relaja observar a John que cuantas más desgracias le caen, más se ríe. ¿Nos querrá relajar con esa actitud o está loco?
También nos ponemos los cascos, pues las explosiones aunque menos frecuentes, ocurren sin previo aviso. Con este panorama y después de nuestro primer encuentro con las nubes de gas, caminamos con incertidumbre y miedo hacia la cima del cráter. Estoy descubriendo que esto no me está gustando demasiado, todo es incontrolable, y respiramos PURA MIERDA.
Me hago mil preguntas: ¿Cuánto aguanta el cuerpo humano? ¿Cuál es el límite de gases que toleran los pulmones? ¿Aguantarán las máscaras de gas? ¿Nos dará un pepinazo en la cabeza? ¿El violento aire nos arrojará en una ráfaga al interior del cráter a modo de sacrificio como le ha pasado recientemente a un científico francés en este mismo cráter? ¿Se nos pudrirá la piel por la extremada lluvia ácida? ¿Entrará en erupción cuando merodeemos por los alrededores de los cráteres?
Dios mío, qué cantidad de incógnitas. Realmente esto nos da miedo, especialmente a la persona “X”, que ahora está convencida que esto es un castigo o una broma pesada de la televisión.
Así avanzamos por las escorias, lavas enfriadas, piedras pómez, montículos de meteoros que han sido expulsados a gran velocidad, extraños filamentos que parecen pelos, y mil y un vapores azufrosos.
Estamos en los volcanes de lava más activos del planeta y sin duda el que más gases mortíferos expulsa, y el colmo es que estamos llegando al borde del cráter.
Según remontamos la parte final del cráter principal nos sacude una fortísima racha de viento muy caliente, que no nos deja ver ni siquiera a un metro. Pierdo la referencia de mi hermano Kike que estaba a tan sólo tres metros y lo peor de todo es que casi no podemos respirar. Una extraña sensación nos invade a todos, pensamos que algo se ha descontrolado en los cálculos de John. Esto no es normal, estamos casi fritos de calor, sin respirar y quemándonos la garganta. Sin preguntarnos nada echamos a correr despavoridos, pero no vemos nada. Kike está desorientado, Emilio, por primera vez, no graba algo excepcional y sus ojos buscan respuestas. La persona “X”, se tira al suelo, grita y se tapa la cara, y yo atónito a este espectáculo, creo que pensé que algo malo nos iba a pasar.
John grita que no nos movamos ni un metro, y que nos agachemos para hacer frente a esta nube de muerte. Dice que nos relajemos y respiremos despacio y sin gastar fuerzas, la nube pasará… Fue sólo un minuto, pero os juro que pensé que no lo contábamos. Sólo recuerdo la nube que vino rapidísima, lo invadió todo, y desde el mismo borde del cráter vi el color naranja de la lava que reflejaba en la espesa nube, como si el mismo diablo nos quisiera llevar.