Fin del lavado y centrifugado antártico (2 de 3)
En mitad de la noche tenemos que regresar a nuestro velero, pero claro no se nos ocurrió que se haría de noche y estábamos a unos 500 metros de navegación por estos estrechos canales, pero ahora con viento, las focas leopardo por todos lo lugares y ¡¡ sin linterna!! Me afano a los mando de nuestro pequeño bote neumático con motor fuera borda de 15 caballos y a cámara lenta, para no darnos contra las rocas, vamos intuyendo nuestro velero por la luz que refleja en el agua desde el foco del mástil mayor.
Sin problemas regresamos todos al velero, y a dormir, que Roger nos comunica que está volviéndose loco con lo inestable y continuamente cambiante del tiempo, y hay que cruzar el Paso Drake y Cabo de Hornos. Lo que ayer parecía imposible, mañana parece posible… Roger cree encontrar una pequeña ventana, aunque no exactamente de tiempo aceptable. Su idea es partir por la mañana en plena tormenta, aunque ya habrá aflojado el viento. Después nos comeremos durante 36 horas un fuerte oleaje, y vientos fortísimos, pero después encontraremos en mitad del Paso Drake mejor mar, y sobre todo es importante que el día 27 crucemos el Cabo de Hornos, pues a partir del 28 una nueva borrasca muy fuerte nos sacudiría en este peligroso lugar.
Al amanecer todos mirábamos a Roger con cara de susto, pues está nevando, hace mucho viento, y él dice que utilizará una ruta que hasta entonces nunca había usado, y que no es frecuente. Será bordeando por el sur la Isla de Amber, perdiendo la protección del estrecho canal de Neumayer, pero a cambio, al estar en mar abierto, es mas difícil que nos demos contra los acantilados, y una vez en el inicio del Paso Drake el velero resistirá, entre comillas, “bien”, los vientos de unos 100 km/h. Lo más importante vigilar de no chocar contra los numerosísimos icebergs, que flotan a la deriva por todas partes. Estas próximas 36 horas serán muy exigentes para la navegación, pero es el único plan que tenemos para escapar de la Antártida, este fin de temporada o verano Antártico, que de la noche a la mañana se ha convertido en invierno, atrapándonos de tal modo que todo gira entorno a cómo salir de aquí. La mitad de la travesía será un horror, pero la otra mitad muy aceptable. Como si el guión de esta película estuviera escrito, es tal como ocurrió: Alcanzamos el Paso de Drake, después de sortear mil y un icebergs que amenazaban con venírsenos encima y rasgarnos el casco del velero como en el Titanic, (se me va la imaginación, lo siento…) junto con el oleaje, la nevada y el fortísimo viento, nos zarandeaba como si fuéramos una cáscara de nuez. Era insoportable el movimiento del barco. Sólo sujetarte era un ejercicio que nos dejó a todos agotados. El barco se escoraba en alguna ocasión casi los 60º. ¡¡60º!! Es una barbaridad.
Subíamos y bajábamos olas de tal tamaño, que el barco desaparecía literalmente en el seno de la ola, para aparecer de la nada en la elevada cresta, y después de surfear un poco la cresta con la pericia del capitán al timón, volvíamos a descender al fondo de la ola, perdiendo por completo el horizonte. El mar pasaba literalmente de lado a lado del velero, y las sacudidas nos hacían salirnos del rumbo casi 60º, para volver a retomarlo. El capitán peleó con su timón como sólo un individuo con tanta experiencia podía hacer.