Hola amigos, aquí seguimos Emilio, Ramón, María y el que os escribe, en los alrededores del Polo Norte.
Acampamos en el mismísimo eje de rotación de la tierra, como os conté en la crónica anterior. Con la emoción de haber llegado al Polo Norte arrastrando nuestros trineos y siendo autónomos, nos fuimos a dormir y al despertarnos, comprobamos que la deriva nos había llevado a casi 6 kilómetros. Parece magia, plantas la tienda en un lugar y cuando despiertas estas a 6 kilómetros.
Recogemos el campamento y nos ponemos en marcha en un ventoso, nivoso y desagradable día. De nuevo las grietas, fracturas de presión y la nieve fresca, dificultan el arrastre del trineo, pero lo peor es que el aire sopla de cara y es helador. Si arrecia, tendremos que parar a montar la tienda y esperar que pase la tormenta o sufriríamos congelaciones aseguradas en la cara. Por suerte el viento continúa estable y nos deja avanzar.
A sólo 500 metros, de nuevo, del Polo Norte, vemos el helicóptero y aceleramos el paso. Lleva la misma dirección que nosotros y tiene intención de aterrizar, así que podemos ver quién llega. Aterriza y salen 17 rusos, nos saludamos e intercambiamos frases en ingles: son de diferentes partes de Rusia y ninguno es de pocos recursos económicos. Uno de estos “varones” rusos le ha preguntado a María si quería casarse con ella y le ha dicho:
-¿Sabes lo que es la electricidad?
María responde:
-Si
El ruso:
-¡Pues es mía!
Nos dejó flipados aunque aún alucinamos más cuando sacaron el caviar, pescado de esturión ahumado, vodka, mucho vodka, y empezaron una fiesta polar. Nos unimos a ella y acoplamos nuestro chorizo y cecina de León. ¡A comer y, sobre todo, a beber! Ya hemos conseguido otro objetivo, que alguien coma de nuestros productos de la tierra en pleno Polo Norte. ¡El ‘bareto’ ha quedado inaugurado! Después giramos como niños jugando al corro de la patata y pasada una hora, se fueron.
Hoy ha sido otro día increíble y nuestra segunda llegada al Polo Norte. Ya dentro de los sacos, durante la inexistente “noche”, se desata un tremendo temporal que agita la tienda violentamente. Los trozos de hielo salen volando e impactan contra la tienda como metralla y la ventisca empieza a enterrar los trineos y a hacer ventisqueros. Es casi imposible salir de la tienda. No se ve el sol y la visibilidad es poca. Cuando aquí hay tempestad, es la cosa más seria que uno se pueda imaginar, el solo hecho de pensar que estamos solos, en mitad de la nada y sin que el helicóptero pueda rescatarnos en caso de peligro, nos “acojona”.
Aguantamos en nuestra pequeña casa de tela amarilla, hasta que el día 17 hacia las cuatro de la tarde, cuando el temporal amaina. Salió un esplendido sol, pero con tal frío, que hicimos un pequeño experimento: cogí mi cuchara y tenedor de metal, les eché un poco de saliva y se quedaron pegados en el acto, como si estuvieran soldados. Lo peor es que al mirar el GPS, estábamos a ¡20 kilómetros! del Polo Norte. ¿Cómo puede ser que estuviéramos en el Polo y unas cuantas horas después estemos a 20 kilómetros del él? Cuesta trabajo comprenderlo, pero es así.
Empezamos a caminar a las 5 de la tarde con intención de seguir durante 8 horas. Nos daba igual que se hiciera tarde porque siempre hay sol y queríamos recuperar esos kilómetros perdidos por la deriva. A eso de las siete nos topamos con una gigantesca grieta, muy ancha pero sobre todo larga, que nos obliga a utilizar por fin el invento de Ramón y uno de nuestros experimentos clave en esta expedición: convertir los trineos en un pequeño catamarán.
Nos ponemos manos a la obra con una ilusión desbordante: ¡estamos experimentando!
Vaciamos los trineos y los convertimos en catamarán en muy poco tiempo, utilizando los skies como travesaños, listos para navegar en un océano de 4000 metros de profundidad. Dicho y hecho, nos subimos al catamarán y comprobamos que flota bien, que no hay fugas de agua. El hielo sobre el que flotamos es de unos 10 centímetros de grosor y tenemos que romperlo apoyando nuestros cuerpos en la popa de artefacto. El frágil hielo se rompe, con el piolet quitamos los trozos grandes y con las palas, remamos. Todo lo que nos sirve para instalar la tienda de campaña, ahora sirve para navegar. Conseguimos llegar a una isla de hielo en mitad de la enorme grieta y regresamos. ¡El invento funciona, es increíble! Ramón ha perfeccionado uno de los grandes problemas de los exploradores árticos, ya sólo habrá que mejorarlo para que sea más seguro. ¡Funciona!
Atentos a los siguientes experimentos. Aún hay más…
Jesús Calleja desde, o cerca de, el Polo Norte.