El desenlace (4 de 5)
Fijamos dos tornillos de hielo. Uno a un extremo, y otro al otro extremo. En esos tornillos, acoplamos dos cuerdas para dirigirlo desde nuestro témpano más próximo a la costa. Conseguimos arrástralo hasta este punto, y ahora queda lo más difícil: darle un empujón concienzudo, estando uno de nosotros encima
de este témpano, y si alcanzamos la orilla hay que fijarlo para establecer una especie de ferry que manejaremos a nuestro antojo con las cuerdas.
Así lo hacemos. Decidimos que Emilio y yo estemos en ese témpano, así Emilio filmara todo lo que pase. Hacemos las maniobras: colocamos el témpano con la punta enfocada a la otra orilla a 20 metros de distancia, y desde nuestra orilla, mis compañeros dan un fuerte empujón. El témpano barco se desplaza lentamente, y va perdiendo fuerza, parándose en mitad del canal.
No ha funcionado. Tiran de las cuerdas a las que tenemos fijado el témpano barco, y de nuevo junto a mis compañeros. La costa sigue estando lejos. Otro intento.
Esta vez el empujón es más fuerte y contundente, y el témpano barco lentamente se acerca a la costa. 10 metros, 5 metros, 4 metros, y ¡¡PUN!! chocamos con algo. ¿Qué pasa? “Joder”, qué poco falta y no podemos navegar más. Lo que ha ocurrido es que en un témpano al igual que un iceberg, una parte esta emergida y nueve sumergida, y esa novena parte ha tocado con el fondo de la orilla por lo que el témpano no avanzara mucho más.
Tengo que pensar algo rápido o nunca lo conseguiremos. ¿Qué hago? Estoy a la distancia máxima que puedo llegar a la costa, que es de alrededor de tres metros.
Veo una roca, pero esta llena de líquenes y esta muy resbaladiza, y llueve, por lo que saltar ahí es casi garantía de irte al fondo. ¡¡Tengo la decisión tomada!! Tengo que saltar como sea, pues el témpano barco empieza a retroceder al chocar contra el fondo, y me alejo ahora de nuevo.
No lo pienso más. Cojo dos metros de carrera en mi témpano barco, apoyo mis crampones en el mismo borde y salto al vacio. En el aire mi mirada focaliza la roca y un pequeño saliente donde tengo que agarrarme con las manos y usar todas mis fuerzas, pues se que los crampones no lo harán, pues es roca, no hielo.
Mientras vuelo me da tiempo a pensar que si caigo al agua, cosa casi asegurada, tengo que impulsarme rápidamente hacia arriba, nadar lo mas deprisa posible y no perder el cabo de la cuerda que tengo agarrado en la mano para al menos con mi esfuerzo llegar a la orilla para sujetar el témpano barco.
Estoy aterrizando y mi ultima mirada es el pequeño saliente de la roca que toco con los dedos y no se cómo consigo sujetarme sin caer a las frías aguas. Estoy colgando de la roca, me sujeto como puedo, elevo los pies, y... ¡¡ya esta!! He conseguido alcanzar la orilla sin caerme.
Rápidamente fijo la cuerda, y el témpano barco esta controlado. Saltamos de alegría gritamos, es una apoteosis. Nadie se mojará y llegaremos todos a salvo a la orilla, como sucede en tres turnos que hacemos para no forzar en exceso nuestro frágil témpano barco que hemos bautizado como nuestro velero, PHILOS, solo que con un variante. Le llamamos ICE PHILOS.